EL MITO DE LOS CIEN DÍAS

Luis Fernando Mack

“En 100 días se puede evaluar la visión, la gestión política, la inteligencia emocional, la firmeza y la capacidad para hacer alianzas.”. Diego Lara

Se ha convertido en una tradición el evaluar a una nueva administración gubernamental en un período de cien días, período que, para el caso de Bernardo Arévalo, se cumplieron esta semana. Pese a que todos han asumido este período de tiempo como un estándar, hay que hacer algunas precisiones respecto a que debemos evaluar; de lo contrario, podremos ser demasiado fatalistas y pedir peras al olmo.

Para empezar, hay que decir que este mito de los cien días se remonta a la Francia del siglo 19: en 1815, Napoleón Bonaparte regresó de su exilio para gobernar por un período de 100 días, por lo que los franceses evaluaron el paso de Bonaparte por el poder, para determinar las posibles bondades o defectos de tal efímero gobierno. Posteriormente, Franklin Delano Roosevelt retomó la idea de los cien días, e inició con la tradición que se remonta hasta nuestros días, de evaluar a los nuevos gobiernos en ese lapso. En el discurso inaugural de su gobierno, Roosevelt afirmó: «Esta nación pide acción, y acción ahora mismo. Nuestra primera gran tarea es poner a la gente a trabajar» Obviamente, Roosevelt contaba con un diseño institucional y una correlación de fuerzas favorable, por lo que estaba seguro de empezar a rendir cuentas desde los primeros meses de ejercicio del poder.

Para el caso de sociedades tan complejas y divididas como las de Guatemala, el estándar de los cien días debería ser revisado:  el contexto es el de un Estado en ruinas, tal como afirmó la Ministra de Comunicaciones e Infraestructura, Jazmín Vega, al afirmar que “en cada gaveta que abrimos hallamos una rata muerta”, refiriéndose a toda la corrupción que habían encontrado en esa cartera ministerial. Pero adicional a este contexto institucional atrapado por intereses corporativos, el Presidente Arévalo asumió con una bancada minoritaria en el Congreso, en medio de un mar de alcaldes de los principales partidos de oposición, y en medio de un entorno institucional cercado por los principales actores judiciales que han estado limitando de forma sistemática la acción del nuevo gobierno, por lo que lo que el nuevo gobierno tiene todo, menos capacidad real de acción.

Arévalo, por lo tanto, asumió en medio de uno de los peores cercos institucionales y políticos que puede haber enfrentado cualquier gobierno desde la transición democrática en 1985. Por supuesto, alguien podría decirme que otros gobiernos asumieron en condiciones similares, por ejemplo, Jimmy Morales en 2015 asumió en condiciones parecidas, pero la diferencia fue que no tenía el cerco judicial que padece el partido Semilla, además de que muy pronto empezó a revertir tal adversidad mediante el reparto de cuotas de poder con los actores de poder que compró voluntades y alianzas de interés, aspecto que, en definitiva, diferencia a Arévalo de Morales.

 Si no fuera suficiente esta condición compleja con la que asume el nuevo gobierno en el 2024, Arévalo despertó un inusitado interés de toda la población, que empezó a creer de veras en un cambio. Justo esta expectativa ha formado una ciudadanía muy crítica y exigente, que espera con ansias signos de cambio. Justo por eso, el lente de la opinión pública se ha volcado severamente a analizar cada declaración, cada acción  o cada omisión del nuevo gobierno, aspecto que contrasta con la tónica complaciente con la que se juzgo a todos los gobiernos anteriores, de los cuales la ciudadanía no esperaba nada.

Para ser objetivos en la evaluación, hay que saber que se puede pedir a un gobierno que tiene tantos puntos en contra. En definitiva, se puede pedir solamente una nueva actitud: más abierta, más sensata, más cercana a la población. Y en ese punto, el nuevo gobierno de Bernardo Arévalo puede ser evaluado exitosamente. Con todos y sus indecisiones, falencias y errores cometidos en estos cien días, la tónica general es la de la cercanía a la población y la de la buena fe. Algo que ningún gobierno antes de Arévalo, supo transmitir.