LA INDEFENSIÓN APRENDIDA

Luis Fernando Mack

“La persona que sufre indefensión aprendida acaba teniendo un grave problema de autoestima. Además, este se ve incrementado por una falta de motivación extrema”. (Psiquion)

Uno de los misterios más grandes que siempre he intentado desentrañar es la infinita capacidad de la ciudadanía guatemalteca de adaptarse casi de manera estoica a las muchas malas noticias que ocurren cotidianamente en nuestro país: sube la gasolina, aumenta el tráfico, las carreteras en pésimo estado, el costo de la vida en aumento, la violencia cotidiana que parece cada vez más desbordada, y un largo etcétera; pero a pesar de esa larga lista de males, la población parece impasible: no se desborda la indignación, ni se articula una fuerza de choque que se enfrente a este sistema caduco, ineficiente e insensible.

Con el tiempo, he ido entendiendo que una buena parte de la respuesta a ese interrogante sobre la impasibilidad ciudadana con el que empecé estas líneas, tiene que ver con dos de los componentes centrales de lo que se llama resiliencia: la fe en un ser superior -llámese Dios, Buda, Krishna, Mahoma, Jehová, o cualquier otra divinidad venerada por alguna religión, y las redes sociales y familiares con las que las personas cuentan para sobrellevar sus penas y angustias.

Un primer indicio de esta fuerte orientación religiosa de los ciudadanos es el hecho de que una de las expresiones más comunes del ciudadano de a pie es “primero Dios”, o “que Dios nos bendiga”, o alguna de las muchas variantes que expresan esa arraigada confianza de los ciudadanos en una protección divina, que los libre de todo mal que pueda acosarlos a lo largo del día. La esperanza, por lo tanto, es sortear las muchas posibles dificultades que acechan cotidianamente, confiando en que la providencia divina los ayudará en momentos difíciles, ya que difícilmente, podemos confiar que el auxilio provendrá de las autoridades respectivas.

Una segunda fuente de inspiración y alivio proviene de la red de amigos y familiares que uno puede ir construyendo a lo largo de la vida, de manera que, en momentos difíciles, las personas recurren a la benevolencia del prójimo. Las múltiples manifestaciones de solidaridad que uno puede contar en los momentos en los que ha ocurrido desastres, demuestran que ese aspecto social es clave para mantener una cierta estabilidad ciudadana: la premisa fundamental es “hoy por ti, mañana por mí”. Desde esa perspectiva, muy pocos se resistirán al impulso de solidarizarse con el dolor ajeno, aspecto que puede verse de forma palpable casi en cada esquina de la ciudad y en muchas áreas de las carreteras, donde proliferan las solicitudes de apoyo ciudadano.

El componente más importante de ese conformismo ciudadano, sin embargo, es lo que la sicología denomina “indefensión aprendida”: una situación en la que los individuos internalizan de tal forma los problemas y limitaciones del entorno, de manera que simplemente normalizan las perversiones y vicios del entorno, de forma que simplemente las aceptan como parte de una realidad inmutable: “Cuando un sujeto se ha enfrentado en repetidas ocasiones a determinadas situaciones sin que sus actos hayan conseguido surtir el efecto que realmente querían, esto acaba derivando en una sensación de impotencia y en la percepción de que aquello que les rodea es incontrolable y que, por lo tanto, lo mejor es no hacer nada” (Psiquion).

Contribuye enormemente a esa indefensión aprendida la actitud cada vez más prepotente, abusiva y abiertamente cínica con la que actúan las autoridades, en las que existe un discurso que, a todas luces, es incoherente con la realidad. Se forma así una terrible disociación entre discurso y realidad que termina acentuando la indefensión aprendida: si quienes tienen el poder, esconden cada vez menos sus fechorías, es porque están seguros que sus actos no tendrán consecuencias.

Combatir esa indefensión aprendida, por lo tanto, es un primer gran obstáculo que debemos superar para promover un cambio verdadero; por eso debemos aprender a transmitir la esperanza, mas que la desesperanza. Como bien dice dicho tibetano “la tragedia debe ser utilizada como una fuente de fortaleza. No importa qué tipo de dificultades tengamos, cómo de dolorosa sea la experiencia, si perdemos nuestra esperanza, ese es nuestro verdadero desastre”. Dalai Lama