EN LA RECTA FINAL DE LAS ELECCIONES 2023

Luis Fernando Mack

“Una ex primera dama y un hombre que dejó en ridículo a las encuestadoras competirán en el balotaje por la presidencia de Guatemala. En la primera vuelta, el voto nulo superó a todos los candidatos”. Juan Manuel Meiriño

Con dudas, incertidumbres y amenazas, nos acercamos lenta pero inexorablemente al final de la segunda vuelta electoral, cuando Guatemala deberá elegir el camino que tomarán las instituciones en los próximos cuatro años. El panorama no podría ser más enredado y complejo, ya que presenciamos dos tipos de campaña y de posturas políticas: por un lado, una candidata que se ha desdibujado por completo, acercándose a la peor versión de ella misma: Simpatizaba más con ella cuando aún mantenía un discurso antisistema. Su error fue intentar ganar la presidencia, a cualquier costo, incluso haciéndose más parecida a quienes la detestaban desde hace diez años, y quienes se encargaron de difundir muchas campañas de desinformación que finalmente le negaron la posibilidad de gobernar Guatemala. Paradójicamente, ella pretende hacer con Bernardo Arévalo lo mismo que le hicieron a ella en 2015 y 2019. Por eso, la paradoja de Sandra Torres será que si triunfa el 20 de agosto, deberá gobernar con quienes la vilipendiaron y la volvieron el enemigo número uno, al menos durante las elecciones 2015 y 2019. Si queda algo de la UNE original y de la Sandra que despertaba esperanza en el electorado fiel que la ha acompañado aún en tiempos de crisis, debería saber que ese triunfo sería el más vergonzoso de su carrera política y profesional: el mayor bien que uno tiene como persona es su reputación y su trayectoria, y de Sandra Torres probablemente ya no se dirá nada bueno en el futuro, ya que lo que haya podido hacer positivo en el pasado, lo destruyó al traicionar sus propios principios, aliándose con los enemigos acérrimos del desarrollo y de la democracia en Guatemala.  

Por el otro lado, se encuentra un político con una trayectoria profesional muy larga e interesante, con muchos elementos que lo hacen uno de los candidatos mejor preparados de los últimos 20 años, pero que en la arena política era percibido como un principiante: muchos dudábamos que Bernardo Arévalo estuviera a la altura de una campaña electoral, ya que pensábamos que iba a ser demasiado serio para un electorado tan volátil y caprichoso como el guatemalteco. La deslucida y enredada campaña electoral, sumado a una institucionalidad en franca crisis determinó que la mayor parte de guatemaltecos se dispersaran en muchas direcciones, incluyendo los que decidieron anular o dejar en blanco su voto. En ese escenario de crisis, un mínimo de doce porcientos de votos fue suficiente para producir el milagro de la segunda vuelta menos esperada desde 1985 a la fecha. La ventaja de Arévalo que al llegar sin expectativas, con una campaña sobria, seria y que no tuvo la necesidad de atacar a nadie, provocó que fuera el candidato con menos compromisos que ha llegado a la posibilidad de ganar la presidencia de la república. Esa libertad, y esa trayectoria profesional impecable, más el peso de la trayectoria política de su Padre, le otorgó la posibilidad ingente de desarrollar una campaña propositiva, centrada en propuestas y no en descalificaciones a la contrincante.

Asistimos por lo tanto, a dos elecciones: la que intenta destruir al oponente, y la que intenta proponer una senda de transformación para Guatemala. La campaña de destrucción que ha emprendido Sandra Torres y sus aliados ha arreciado conforme pasan los días, y está por verse el efecto real que tendrá en el electorado. Pero también se percibe el impulso de quienes lejos de tener miedo, están demostrando un entusiasmo y un compromiso que cualquier partido político envidiaría, especialmente en un contexto en el que las instituciones partidarias gozan de muy poca credibilidad. En especial, llama la atención que buena parte de quienes se han entusiasmado con el proyecto de Bernardo Arévalo sean los jóvenes, haciendo eco a la frase que circuló en 2015 con fuerza: “se metieron con la generación equivocada”.

El fenómeno Semilla y Bernardo Arévalo tiene esa característica fundamental: un arraigo en la juventud que hace pensar en que aún si Arévalo sea derrotado en las urnas, el efecto que ha producido perdurará con el paso del tiempo, ya que una nueva generación de Guatemaltecos habrán aprendido la fuerza de la fe y de la esperanza en el cambio: lo que ocurrió el 25 de junio fue una coincidencia de factores que solo pudo venir de Dios. Una Diosidencia que le llaman.