EL PRAGMATISMO CHINO

Luis Fernando Mack

“No importa que el gato sea blanco o negro; mientras pueda cazar ratones, es un buen gato”

Hace un tiempo vi un video de un politólogo chino llamado Eric X Li llamado “el cuento de dos sistemas políticos”, donde el autor propone una mirada fresca y controversial sobre el régimen político Chino: “En una charla TED de 2013, hizo una encendida defensa del sistema de partido único de China y sostuvo que la democracia electoral no funciona”, escribe la periodista china, Han Zhang. Con la curiosidad académica típica de mi profesión sociológica, empecé a indagar un poco en esta curiosa forma de ver la realidad: encontré un debate inacabado sobre los sistemas políticos que quizás sería interesante traer a colación para el caso guatemalteco.

En primer lugar, está el desafío de juzgar China: indudablemente, hablamos de un país inmenso en recursos y con un creciente poder militar, tecnológico, financiero y político que habla muy bien de tal sociedad en cuestión, especialmente si nos fijamos en el antes de tal faceta de éxito: durante una parte importante del siglo XIX y del siglo XX, China sufrió lo que los historiadores llaman el siglo de la humillación: Inglaterra, Rusia, Japón, Francia y otros países invadieron el territorio chino, imponiendo a los vencidos condiciones indignantes que siguen muy vigentes en el imaginario colectivo, aspecto que empezó a cambiar con la llegada del comunismo al poder en 1949. Durante tres décadas, de 1949 a 1976, cuando muere el fundador de la china moderna, Mao Zedong, el gigante asiático sufrió hambrunas, catástrofes humanitarias y todo tipo de tragedias: entre 49 y 78 millones de chinos murieron por los errores políticos de Mao.

En 1978, sin embargo, las convulsiones y problemas empezaron a tener una perspectiva diferente: al mando del nuevo líder, Deng Xiaoping, China instauró un sistema mixto: con apariencia de capitalismo, con aires de totalitarismo, gracias al control férreo que, desde entonces, ejerce el Partido Comunista. Económicamente, sin embargo, China supo impulsar acertadamente reformas económicas que permitieron lo que nadie pensó que fuera posible: la convivencia de un régimen centralizado políticamente, con un sistema económico de que se parece mucho al libre mercado. El resultado: un sostenido crecimiento económico que pronto hizo temblar al mundo. Lo demás es historia: el cambio tecnológico y la hegemonía política y comercial china se siente por todos lados: marcas como Xiaomi, Huawei, BYD, Lenovo, e incluso TikTok, son sinónimo de excelencia y crecimiento comercial, aspecto que nadie hubiera imaginado en los años ochenta, cuando existía la percepción de que todo producto chino era malo.

El pensamiento de Deng Xiaoping, el creador del milagro chino es sumamente interesante. Sin abandonar del todo el marco analítico del comunismo, impulso acciones que para los más radicales eran una traición a los principios e ideas fundamentales del Maoismo. En ese contexto fue que surgió la frase que acompaña  al título de esta reflexión: la ideología no debe ser una camisa de fuerza, por lo que lo más importante es alcanzar resultados. Bajo la premisa de “emancipar la mente”, Xiaoping busco la verdad de los hechos, cambió el enfoque del trabajo del Partido hacia el desarrollo económico, y evitó que la ideología cegara la posibilidad de establecer cambios que, de otra forma, hubieran sido impensables.

Guatemala, por el contrario, ha estado desde hace décadas enfrascado en una dura polarización: huestes completamente ideologizadas de izquierda y de derecha, están decididas a enfrentarse en la vida cotidiana en campos tan variados como la economía, el derecho, y la educación, intentando siempre descalificar al otro: los conceptos de “Chairo” y “Facho” demuestran perfectamente esta imposibilidad de tender puentes entre ambos grupos de la sociedad, lo que lleva siempre a un juego suma cero: quien gana, se lo lleva todo; quien pierde, lo pierde todo. Así se visualiza al nuevo gobierno de Arévalo: su victoria representa una tragedia para los “fachos”, y una esperanza renovada para los “chairos”, por lo que establecer puentes y negociaciones entre ambas perspectivas es un pecado mortal. Con esa concepción polarizada y antitética , Guatemala ha pasado sus últimos 100 arrastrando sus mismos problemas, por lo que quizás es tiempo de asimilar las lecciones chinas, e instaurar una suerte de punto medio en la que todos podamos coincidir. Mientras se mantenga la polarización y la descalificación del otro, las posibilidades de superar el legado tercermundista que cargamos es imposible.