EL OCIO QUE VICIA LOS PARTIDOS POLITICOS

Gabriel Orellana

¿Por qué la vida de los partidos políticos de nuestro país es tan efímera? Ni siguiera los partidos que han llegado a ejercer el poder han podido sustraerse a este fenómeno. Nuestra historia permite apreciar que aún partidos políticos de sólida base ideológica y raigambre popular (el Partido Revolucionario y el Partido Democracia Cristiana, para citar dos ejemplos) no lograron permanecer en el poder más que un período. ¿A qué se debe este fenómeno? 

En su libro We the People 1. Foundations, (The Belknap Press of Harvard University Press, Cambridge,1993) Bruce Ackerman destaca el factor tiempo como una de las peculiaridades propias del derecho constitucional estadounidense. Tanta es su importancia que la considera como su “segunda naturaleza”. De esa cuenta es que, dice, le animan cierto ritmo básico fundado en el tiempo:  dos, cuatro y seis años (dos que corresponden al período de los congresistas, cuatro al del presidente y seis al de los senadores).  Tema aparte es el período de los jueces federales porque el plazo de su nombramiento es vitalicio.

La reflexión que hoy me ocupa es causa del recién pasado proceso electoral y de la conducta observada por los veintitantos –mal llamados—  “partidos políticos” que participaron en el mismo. La exactitud en su número no hace mayor diferencia, porque el punto medular de mi reflexión, se limita a inquirir sobre la corta vida de tales agrupaciones.

Existe un refrán que afirma que “el ocio es madre de los vicios” y que bien puede aplicarse a los partidos políticos guatemaltecos. Basta apuntar que aquellos que logren subsistir un proceso electoral por haber obtenido por lo menos una curul, pasarán a vegetar los cuatro años inmediatos siguientes. Y aquellos que logren obtener una mayoría significativa, por lo general, harán “vida política” limitada a los estrechos cauces de la vida parlamentaria o dentro del gobierno central o municipal, pero su vida “partidaria” es muy reducida, siendo éste su talón de Aquiles. Excepción posible a lo dicho sea la vida política municipal debido al tamaño del universo geográfico y demográfico de que se trata.

Sin perjuicio de lo anterior, distinto sería que el Congreso y las Municipalidades se tuvieran que renovar periódica y parcialmente. En tal caso la actividad partidaria tendría que ser permanente, y esta actividad, casi que obligada, porque de ello dependerá su propia sobrevivencia. Más aún, esta actividad les resultaría estimulante para renovar sus élites tradicionales, promover nuevos cuadros fomentando en los jóvenes su interés por la actividad política y permitiéndoles hacer una carrera desde los niveles más elementales de esta actividad. Otra posible ventaja es que los cuadros formados al fragor de la actividad política, constante y obligada de los partidos políticos fortalece los vínculos con sus afiliados y, consecuentemente, reduciría los casos de transfuguismo.

Y last but not least, me parece que la cohesión ideológica sustentada en la actividad partidaria servirá para impedir el paso efímero de los partidos políticos causado por el desgaste de haber gobernado por cortos períodos de tiempo, como suele pasar en Guatemala. La solución para lograr mi propuesta exige reformar la Constitución y ello implica involucrar a los partidos políticos ahora existentes. ¿Quién le pone el cascabel al gato?