EL NEGOCIO DE LA FE

Luis Fernando Mack

“En el Evangelio del bienestar todavía hoy se puede comprar la bendición de la Iglesia, algo que los críticos ven como una compra moderna de indulgencias”. (Deutsche Welle)

El mundo moderno evoluciona demasiado rápido, por lo que muy frecuentemente el entorno que nos rodea se vuelve muy confuso: se transforman las realidades demasiado rápido. El mejor ejemplo ocurrió hace poco mas de dos años, cuando de la noche a la mañana, el mundo tal como lo conocíamos, cambio radicalmente, debido a la emergencia de una pandemia global que aún muchos niegan que haya ocurrido. Los cambios en la época moderna, por lo tanto, se desarrollan con toda celeridad, generando frecuentemente una ansiedad en muchas personas, lo que produce muchas sensaciones terribles: miedo, preocupación, inseguridad, melancolía, etc. Es quizá ese entorno complejo y cambiante es el que abre la posibilidad de que las religiones actuales estén mas vivas que nunca, pese a que los teóricos de la modernidad temprana habían predicho justamente lo contrario: se pensó inicialmente que el avance de la ciencia, las mejores condiciones de vida producto del avance de la tecnología y las prósperas condiciones económicas que prevalecieron en muchos países desarrollados, producirían una situación en que las religiones ya no tendrían cabida: el avance de la razón y las mejores condiciones de vida, reducirían drásticamente la necesidad de pensar en realidades intangibles como la de Dios, que se fundamente más en creencias, mitos y leyendas, que en certezas científicas. El pensamiento racional, supuestamente, iba a ser el enemigo numero uno del pensamiento mágico.

La evidencia demostró que tal predicción era errónea: las religiones, en sus múltiples manifestaciones, están mas vivas que nunca, debido en primer lugar, a este entorno complejo y cambiante. Frente a la incertidumbre que nos producen los cambios vertiginosos de la vida actual, la religión produce una sensación de seguridad y de bienestar que seduce a muchas personas, ya que creer firmemente en algo, puede ayudar a reducir drásticamente el miedo a lo desconocido, dando a los individuos las bases morales y sicológicas que necesitan para enfrentar sus desafíos. Los beneficios no se quedan ahí: creer en algo favorece encontrar comunidades basadas en creencias compartidas, por lo que aparte de las bases morales y sicológicas, se desarrolla un entorno social que termina de contribuir al bienestar emocional de las personas. En los estudios relacionados con la resiliencia, las bases familiares, religiosas y sociales son considerados los pilares centrales que hacen la diferencia entre una persona capaz de enfrentar sus problemas, sin rendirse, y aquellas que terminan dándose por vencido frente a sus dificultades cotidianas.

Este aspecto positivo, sin embargo, ha evolucionado en dos direcciones: por un lado, la creación de comunidades de fe auténticas, que intentan construirse en base a ideales elevados de amor y fraternidad, basadas en una noción de Dios que se sintetiza en la famosa frase de San Agustín: “Ama, y haz lo que quieras”. Pero no un amor egoísta y mundano, al estilo del sentimiento pasional y erótico, sino uno muy especial, el que se describe en la primera carta de los Corintios, capítulo 13: “El amor es comprensivo y servicial; el amor nada sabe de envidias, de jactancias, ni de orgullos. No es grosero, no es egoísta, no pierde los estribos, no es rencoroso”. Ese sería el rostro verdadero de la religión que deberíamos buscar.

Existe, sin embargo, otro tipo de religión, que es totalmente lo opuesto a la primera: una creencia que se sintetiza en lo que se conoce como “evangelio de la prosperidad”, que es todo lo opuesto a lo que se menciona en el pasaje arriba mencionado: “El núcleo de esta «teología» es la convicción de que Dios quiere que sus fieles tengan una vida próspera, es decir, que sean económicamente ricos, físicamente sanos e individualmente felices” (Antonio Spadaro y Marcelo Figueroa). Este tipo de creencia, por lo tanto, es muy conveniente al poder político, ya que lejos de cuestionar la injusticia, la valida y la soporta, por lo que frecuentemente se convierte en el mayor instrumento de dominación y adormecimiento: calma las conciencias de los ricos para que no se sientan mal por la desigualdad, y le proporciona herramientas inmejorables a los gobernantes y políticos para justificar sus malas acciones. Por eso, es cada vez más frecuente encontrar que los políticos justifiquen sus actos en una falsa creencia en la divinidad, tal como recientemente ha hecho Alejandro Giammattei en el muy cuestionado Desayuno Nacional de Oración, en donde afirmó que solo le rendirá cuentas a Dios.

Diferenciar la fe verdadera de la que se ha prostituida a estos mezquinos intereses es, por lo tanto, la prioridad numero uno para quien se diga creyente. Bien dice el dicho que el infierno está tapizado de buenas intenciones.