EL EFECTO BUKELE

Luis Fernando Mack

“Bukele se presentó como el «candidato del cambio», con un marcado lenguaje anticorrupción” (BBC mundo)

La noticia de la semana fue el triunfo arrasador en la elección legislativa en el hermano país del Salvador por parte del presidente más joven de la región, el polémico Nayib Buckele, triunfo que le permite emerger con un poder casi absoluto: a partir de ahora, Bukele contará con los recursos institucionales y políticos para impulsar prácticamente cualquier proyecto político, ya que tendrá a su favor una mayoría legislativa.

Para entender la dimensión de este hecho, hay que decir que para alzarse con su victoria, Bukele prácticamente paso por encima del viejo esquema bipartidista que estaba vigente desde la época de la guerra interna: los representantes del partido Arena y del FMLN, que otrora dominaron la escena política en el Salvador, prácticamente fueron barridos en menos de tres años por la acción del novel presidente salvadoreño: hazaña que no tiene precedentes en la historia política del pequeño país centroamericano.

Las claves del éxito de Bukele son difíciles de desentrañar: con una acción retorica fuertemente imbuida de elementos religiosos y simbólicos, con un uso intensivo de medios de comunicación y redes sociales, y con una tendencia a gobernar vía la intimidación y el autoritarismo, Bukele parece haber encandilado a la mayoría de ciudadanos y actores políticos, promoviendo un culto a su personalidad que parece el signo característico de nuestro tiempo: la emergencia de figuras carismáticas, avasalladoras, que con su estilo de actuar y de pensar, desafían todos pronósticos y acaparan la atención de propios y extraños, tal como por ejemplo ocurre con otras figuras como Donald Trump, Nicolas Maduro y Daniel Ortega.

Las voces de alerta no se han hecho esperar: el uso que Bukele pueda hacer de ese poder conferido vía las urnas, puede significar los caminos que otras sociedades han recorrido en el pasado: recordemos la victoria arrasadora del partido gobernante venezolano en los comicios legislativos del 2005 que permitieron al régimen de Hugo Chávez iniciar el proceso de transformación estructural de la institucionalidad, de forma que aún hoy, 16 años después, la hegemonía chavista sigue fuerte y estable. La diferencia entre la Venezuela de Chávez del 2005 y el Salvador de Bukele del 2021, sin embargo, es dramáticamente muy diferente: Chávez logro el control del Congreso, gracias a un grave error de la oposición, que decidieron no presentarse a la elección como mecanismo de protesta, acción que le dio vía libre al proyecto chavista para consolidarse; por el contrario, Nayib Bukele prácticamente arraso con toda oposición, emergiendo como el presidente en funciones con más legitimidad del continente: los números de aceptación siguen alrededor del 90%, una cifra que se ha mantenido estable con el paso del tiempo.

El efecto Bukele, por lo tanto, no deja de ser sorprendente: ¿cómo pudo erigirse en un periodo tan corto, en una figura tan popular? La mezcla de autoritarismo y mesianismo que exhala el mandatario podría ser un defecto en muchos países del mundo, pero ese parece haber sido el secreto del éxito del actual mandatario salvadoreño. Quizá el desencanto con las opciones tradicionales, tan incapaces de resolver los graves y sostenidos problemas que ha tenido que encarar la sociedad salvadoreña, quizá sea parte de la clave de la victoria arrasadora del partido oficial y sus aliados. Para bien o para mal, Bukele tiene en sus manos el destino de la sociedad salvadoreña: tiene la enorme posibilidad de erigirse como el héroe que todos recordaran de aquí en adelante, si escoge el camino correcto, o de transformarse en la peor pesadilla, si decide usar ese poder para beneficio propio o de las élites político-empresariales que lo respaldan. Ya sea como Héroe o como villano, sin embargo, Nayib Bukele ya forma parte importante de la historia de El Salvador: una historia que está lejos de concluir.