PENSAMIENTOS VARIOS SOBRE DICTADURA Y DICTADORES

Gabriel Orellana Rojas

«A Dios no le gustan los dictadores», [SS Francisco el 18 de septiembre 2019]. 

Cuando se habla de gobiernos «autoritarios», muy en boga en nuestro días, se suele agregarle el nombre propio del gobernante del país en referencia; pero el mensaje, en todos los casos, no es otro que describir a un dictador.  Ello me motiva a examinar algunos definiciones que sobre el dictador se han vertido en los últimos años.

Torcuato S. di Tella, en su Diccionario del político exquisito [EMECE Editores, 1988], recoge dos conceptos, a cual más de interesantes, que nos invitan a reflexionar:

Dictador maniatado: “Se pretende resolver el viejo problema inmutable para las clases conservadores, de disponer de un dictador que las defienda, pero maniatado para no poder volverse en contra de ellas”. Jesús Reyes Heroles, El liberalismo mexicano, 3 vols. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Derecho, 1958, vol. 2, p. 393.»

«Dictador democrático:  En una entrevista concedida a la revista Playboy, en enero de 1982, Lecha Walesa, el líder del movimiento Solidaridad en Polonia, respondió a la pregunta de si se consideraba un “dictador moderado”, diciendo: “No. Yo soy un dictador democrático. Primero de todo yo me aseguro democráticamente de nuestros objetivos; nos ponemos de acuerdo sobre un esquema de acción.  Pero la puesta en práctica de ese esquema, la realización de esos objetivos, de eso me ocupo yo. Eso lo hago de manera dictatorial”. Jean François Martos, La contre-révolution polonaise, par ceux qui l’ont faite, Editions Champ Libre, 1983, pp-57-58.»

José Elías Romero Apis, excelente escritor sobre temas histórico políticos, nos dice que: «Hay presidentes que parecen muy temibles y que, en realidad, no son tan terribles. Por el contrario, hay presidentes que parecen muy afables y que, en realidad, no son tan amables. Las apariencias engañan, sobre todo en la política. El uniforme de dictador muchas veces no es más que el disfraz de un dictadorzuelo. […] Y es que la dureza o la firmeza o la blandura de un gobernante no se nota en una imagen de pantalla, sino en una profunda radiografía política.» [Excélsior, 19 de Junio de 2020].

De Norman Manea, citado por Christopher Domínguez Michael: «Por más imperfecta y grotesca que pueda ser, la democracia es mejor que la dictadura. En una dictadura, el individuo no tiene voz, su importancia se reduce al mínimo y el dictador, acompañado de su pequeño grupo, es el líder. En una democracia aún es posible negociar, es posible tener un hogar. […] La democracia es imperfecta pero es real. La democracia no es necesariamente inmoral, ya que a menudo propone un acuerdo entre personas que quieren cosas distintas. La revolución no propone ningún acuerdo, propone que un bando mate al otro y luego propone un mundo utópico perfecto. Y, como ya ha sido probado, eso termina en un desastre». [“Norman Manea: “La distancia entre la utopía y la tiranía es muy pequeña”, Papel Literario, 08 de julio de 2018].

«La mano dura tiene connotaciones fálicas que vale la pena mencionar acá. El falo no es el pene del dictador. Es una función simbólica asociada al poder, que se encuentra en múltiples representaciones desde la antigüedad. De hecho, una mujer lo puede ostentar. Se hablará entonces de una mujer fálica (Freud solía emplear el adjetivo, en muy pocas ocasiones recurrió al sustantivo, tal como lo señalan en su Vocabulario de Psicoanálisis Laplanche y Pontalis). Margaret Thatcher, por ejemplo. Tengo para mí que ese fue, acaso sin percatarse, uno de los dilemas con los que se debatió Keiko Fujimori en las últimas elecciones.» [Jorge Bruce, El fantasma de la mano dura. La República.pe. 27 de Febrero de 2017].

Anécdota dictatorial. Marco Antonio Denegri, escritor peruano, dedicó parte de su obra al estudio del tirano, y en uno de sus artículo relata lo siguiente: «El dictador venezolano Antonio Guzmán Blanco (1829-1899), encarnación del autoritarismo drástico, pronunció una frase célebre en su lecho de muerte. Al pedirle su confesor que perdonara a sus enemigos, respondió: “No puedo; los he matado a todos.” Y al relato le agregó una pertinente explicación, a saber: «Esta anécdota consta en el libro de Jacques Bainville, Los Dictadores. Al cabo de muchos años he releído esta obra y sigo juzgando admisibles las palabras liminares del autor.»  Y continúa diciendo aquel gran polígrafo:  «La dictadura –dice Bainville– es como muchas cosas. Puede ser la mejor o la peor de las formas de gobierno. Hay excelentes dictaduras. Las hay detestables. Buenas o malas, ocurre, por lo demás, que con frecuencia las imponen las circunstancias. Entonces los interesados no eligen. Soportan.», [La venganza. El Comercio.pe. 08.01.17].

El mismo Denegri nos dice en otra de sus obras: «Según Emil Ludwig, los dictadores tienen bellas manos; las tenía Stalin, por ejemplo. Y añade Ludwig haber descubierto este rasgo, no ocasionalmente, sino siempre.” [Marco Antonio Denegri, En el caso de la mujer, la belleza manual no se compadece con la del cuerpo. El Comercio.pe. 13.02.17].

Federico Sturzenegger, Ex presidente del Banco Central de la República Argentina, recoge la mentalidad, la astucia, el cinismo del dictador con estas palabras del dictador congoleño Mobutu Sese Seko:  “el éxito de un Gobierno es saber crear la suficiente cantidad de obstáculos que le permitan luego ofrecer soluciones.” [El plan maquiavélico que no funcionó, Perfil.com, 25.09.2021].

A título de conclusión, bienvenidas y muy bien aplicadas sean estas palabras de José Elías Romero Apis:  «En los sistemas modernos cuando el César obedece la ley, se llama Estado de derecho. Cuando la desobedece, se llama tiranía. Cuando simula que la obedece, se llama dictadura. Y cuando tan sólo dice que la obedece, se llama demagogia. A su vez, cuando los gobernados obedecen la ley, se llama legalidad. Cuando la desobedecen, se llama delincuencia. Cuando simulan que la obedecen, se llama falsedad. Y cuando tan sólo dicen que la obedecen, se llama farsa. Ahora bien, ¿a quién se debe obedecer? ¿Al gobernante, al gobernado o a la ley? Y, por consecuencia de lo anterior, ¿a quién debemos preguntar lo que quiere, para que obedezcamos su voluntad? ¿Al gobernado, aunque sea en contra de la ley? ¿Al gobernante, aunque sea en contra del gobernado? ¿O a la ley, aunque sea en contra del gobernante? Aclaro tres posiciones personales. Como demócrata, me gusta que la voluntad de los gobernados sea tomada en cuenta. Como político, me parece inteligente que el gobernante la tome en cuenta. Como abogado, me parece imperativo que la voluntad de la ley prevalezca sobre la del gobernante y sobre la del gobernado.» [Lo del César y lo de la ley. Excélsior. 23.07.2021].