LA URGENCIA DE INCENTIVAR EL VOTO CIUDADANO CONSIENTE

Luis Fernando Mack

“Quien vota a los corruptos los legitima, los justifica y es tan responsable como ellos.” Julio Anguita

En pocos días, iniciará el proceso que debería ser una fiesta cívica: el proceso por medio del cual, los ciudadanos ponderan a las diversas opciones que se presentan en el escenario político, para deliberar sobre la capacidad y sobre la idoneidad de cada candidato o candidata, y elegir supuestamente al que considera el mejor y más capaz. En el proceso de elección, por lo tanto, se deberían desarrollar debates de altura, cargados de propuestas y planes de gobierno, por medio de los cuales la sociedad en su conjunto decidiera sobre que proyecto, propuesta o plan de acción es el que considera más oportuno y más viable. Lamentablemente, por una serie de condiciones que intentaremos repasar en estas breves líneas, en Guatemala y en muchas partes del mundo, estos procesos de elección se han convertido en todo lo opuesto a lo que se esperaba: lejos de elegir a los mejores, parece que la ciudadanía se ha ido decantando por los más hábiles en el arte de mentir y vender ilusiones, o en su defecto, el que encarne la figura del dictador que ponga orden en medio de tanto desorden.

Esa seria y compleja distorsión de los procesos electorales ha sido causada por varios factores: en primer lugar, la tendencia creciente que los políticos han ido incentivando con sus discursos y sus acciones, todas las pasiones y sentimientos poco halagadores que movilizan al electorado: el odio, el fanatismo y la intransigencia, construyendo con sus discursos enemigos reales o ficticios contra quién descargar todas las frustraciones acumuladas. La derecha en Guatemala, por ejemplo, ha elegido la figura de “los chairos” como el enemigo a vencer: todo discurso de justicia y llamados para promover derechos sociales y políticos son etiquetados como “comunismo”, por lo que cierran sus espacios para atacar cualquier posibilidad de inclusión social. La izquierda, lamentablemente, ha construido sus propios enemigos: los militares, los empresarios, los sectores proimperialistas, aquellos que siempre han gozado de los privilegios que da el sistema.

Si analizamos el espectro político en Guatemala, sobre esta matriz de división básica, se ha construido toda una serie de etiquetas igualmente perversas: indígena-ladino, rico-pobre, público-privado, y un largo etcétera. Al final del día, son pocos los espacios de articulación y coordinación que prevalecen en el espacio público, por lo que en ese mar de divisiones estratégicamente construidas, quién pueda aglutinar el odio contra el otro diverso es quién finalmente se erige como el ganador. Por ejemplo, Nayib Bukele ha sabido gobernar azuzando el odio contra los mareros y los delincuentes, aprovechando los prejuicios que prevalecen contra los jóvenes, especialmente los que por una u otra razón, se han tatuado alguna parte del cuerpo. Donald Trump hizo lo propio incentivando el odio contra los migrantes e indocumentados, alentando un falso nacionalismo que sirve para legitimar y justificar lo que en otras circunstancias, sería inaceptable. 

En Guatemala, desde hace décadas, el mejor mecanismo de movilización ha sido alentar el temor a determinados actores, tal como ha ocurrido de forma continuada en los últimos procesos electorales: Sandra Torres se ha convertido en el enemigo ciudadano por excelencia, especialmente para el ciudadano que reside en las ciudades y el que es más susceptible de convencer por los discursos mediáticos, por lo que siempre que este personaje aparece en el escenario público, promueve la movilización para supuestamente evitar que pueda llegar al poder, especialmente gracias al arraigo territorial que Torres ha sabido construir y mantener. Desde esa perspectiva dominante, cualquier candidato que logre llegar a segunda vuelta contra ella, será quién se alce con el triunfo, tal como pasó de forma consecutiva con dos candidatos anodinos tales como Jimmy Morales y Alejandro Giammattei.

En el proceso electoral 2023, los ciudadanos tienen ante sí la necesidad de revertir estas tendencias: en vez de movilizarse por el odio, la animadversión a determinados grupos o sectores, o el rechazo a un candidato o candidata que supuestamente es el peor de todos, la posibilidad de recuperar el verdadero sentido del voto: la de elegir a quién se crea el mejor, el que tenga la mejor propuesta de transformación, el que presente al mejor equipo de gobierno.

Votar por cualquier otra razón diferente a la excelencia y la capacidad del candidato o candidata ha sido un error en el pasado, por lo que repetir esas estrategias parece ser un contrasentido en el 2023. Bien dice la sabiduría popular que la locura es querer producir cambios, repitiendo siempre los mismos errores.