ENTIERRO, ENCIERRO O DESTIERRO

Juan Francisco Sandoval
Juan Francisco Sandoval

Una acción histórica del autoritarismo ha sido cimentar su discurso en la hipocresía. La propaganda para afianzar la imagen de gobiernos que propician el desarrollo, fundamentados, claro está, en falsas afirmaciones: autodefinen sus regímenes como democráticos e incluyentes.

La realidad es contraria: estos tiranos abren las puertas al entierro, encierro o destierro a cualquier ciudadano que no sea afín o disconforme.

Esta opción fue útil durante la época del conflicto armado. Hoy ya no es conveniente la aniquilación física de los oponentes, pues en esa ficción en la que discurre el ejercicio del poder, resulta necesario mantener ciertas apariencias.

El encierro al oponente, en cambio, es viable con un sistema de justicia afín, ad hoc para sostener a la actual clase política proclive a la corrupción; necesaria, además, para la oligarquía que mueve los hilos de un sistema político, económico y social, sostenido sobre inequidades históricas.

Mediante la utilización de este andamiaje se detuvo una política anticorrupción y contra la impunidad sin precedentes en Guatemala. Se aniquiló la estructura post CICIG y, sobre todo, se neutralizó al valiente equipo de personas que intentaron sentar las bases para formar una cultura de legalidad.

En la actualidad, ya se puede hablar de presos de conciencia: a la lista de activistas sociales y líderes comunitarios se han sumado a operadores de justicia y prensa independiente oprimidos por un sistema injusto.

La tercera opción, el destierro, no es menos apetecible para la tiranía: han forzado a la expatriación o autoexilio a los disidentes para evitar la posibilidad de ampliar la lucha por la justicia en favor de la ciudadanía.

En este ámbito están varios fiscales, jueces, abogados, quienes lidiaron las batallas procesales en los tribunales de justicia y hoy batallan desde el exilio no solo por la supervivencia, sino para que el mundo sepa que lo que ocurre en Guatemala no es normal, ni que se debiera volver habitual.

La persecución infundada, despiadada y vergonzosa, hoy alcanzó a uno de los personajes más queridos del país: Miguel Ángel Gálvez, un ciudadano querido no sólo por su valor y conocimiento de la ley, sino por algo de lo que muchos carecen, su calidad humana.

Los perversos, embriagados de poder, celebran desde las madrigueras hasta los palacios, porque creen que no hay freno a la ambición que los obnibula. La rapacidad los acelera en su avance hacia la cúspide de la podredumbre.

Desde abajo los observa ese noble pueblo que ha resistido iniquidades y atropellos por los siglos de los siglos, que nunca ha creído las narrativas impuestas por los déspotas. Aparenta estar dormido el soberano, pero sólo está a la espera del momento.

Sirva este sencillo texto como un homenaje para todos esos gladiadores de la vida, quienes contienden entre las opciones que ofrecen los tiranos, pero que seguramente saldrán victoriosos de la batalla por la verdad y la justicia.