DÍASPORA

Andy Javalois Cruz

Los procesos de migración humana son, a mi parecer, algo que se origina en la misma naturaleza de las personas. Migrar es un derecho natural que, como lo explica el Diccionario de la Lengua Española (D.L.E.) significa: Trasladarse desde el lugar en que se habita a otro diferente. Y estrechamente vinculado a este concepto se debe tener presente el vocablo inmigrar. Éste tiene dos acepciones relevantes: 1.  Dicho de una persona: Llegar a un país extranjero para radicarse en él. 2.  Dicho de una persona: Instalarse en un lugar distinto de donde vivía dentro del propio país, en busca de mejores medios de vida.

En el caso de América Latina, el derecho a migrar ha sido muy ejercido, millones de personas se han trasladado desde sus lugares de origen a otros diferentes. Muchos llegan a países extranjeros para radicarse en ellos, otras personas lo hacen dentro de su mismo país, ambos grupos tienen un factor común: la opción a una vida digna, difícil o imposible de concretar en sus lugares de origen. Sin pretensiones academicistas, ni reduccionismos imprudentes, reflexiono sobre este derecho a partir de la experiencia familiar. Durante los años sesenta del siglo XX, en la búsqueda de mejores medios de vida, mi mamá abandonó su país de origen y, primero radicó en Costa Rica y finalmente acá en Guatemala. La motivó la búsqueda de mejores condiciones de vida, tal y como ocurre aún, con millones de personas.

Años más tarde, en la década de los ochenta, durante el primer gobierno de Daniel Ortega en Nicaragua, mi primo y un buen amigo suyo, apenas saliendo de la adolescencia, tuvieron que migrar, dadas las condiciones tan adversas instaladas en aquel país. A manera de ejemplo, a mi abuela, una mujer de la tercera edad, ese gobierno nefasto y populista, la obligaba a patrullar su cuadra con un fusil que casi era más largo que ella y que a duras penas podía cargar, para defender la soberanía patria (me recuerda algo que he escuchado con alguna frecuencia en años recientes), del posible invasor extranjero que buscaba destruir la revolución sandinista. Y como las dictaduras parecen contar con un manual de prácticas y procedimientos comunes, pues el gobierno nicaragüense implemento el reclutamiento forzoso, lo que fue el catalizador para que mi primo y su amigo migraran y terminaran de inmigrantes en la sala de la casa de mi mamá.

La inquieta de mi mamá llegó a migrar por períodos más o menos prolongados de tiempo a los Estados Unidos de América. Por ella supe sobre los exiliados cubanos en Miami, comunidad con la que simpatizó de inmediato, en especial por sus puntos de vista a la derecha del espectro político. Así las cosas, lo tuve claro, hay más de un motivo para migrar, obvio, como también hay lugares que favorecen la migración como una auténtica necesidad.  Entre estos últimos, los Estados cuyos desastrosos gobiernos han sumido en la pobreza más rampante a una gran parte de su población. Estados donde impera la desigualdad y la ausencia de oportunidades es la constante. Si a esto se añade la inseguridad, resulta en un lugar que motiva a sus habitantes a marcharse.

Pero como sucedió en el caso de mi familia, también hay circunstancias como las que ocurren bajo ciertos regímenes contrarios a la democracia, gobiernos caracterizados por el populismo, la arbitrariedad, la censura, el uso espurio de las instituciones públicas, la unificación de los poderes del Estado bajo un control central, la predominancia de la impunidad para determinados grupos, y por supuesto, una campante corrupción que busca el beneficio de gobernantes y sus allegados en desmedro del resto de la población, que obliga a huir a las personas.

Esta circunstancia me trae a la mente otra palabra a la que presté atención hace muchos años, cuando leí sobre la provincia romana de Judea. La palabra es diáspora, que en su primera acepción significa   Dispersión de los judíos exiliados de su país. En efecto, el pueblo judío se levantó en armas contra el Imperio Romano en el año 66 d. C., lo que culminó con la destrucción de Jerusalén en el año 70. Los romanos destruyeron el Segundo Templo y la mayor parte de Jerusalén. Líderes y élites judías fueron exiliados, asesinados o vendidos como esclavos.

El otro sentido que el D.L.E. atribuye a la palabra diáspora es: Dispersión de grupos humanos que abandonan su lugar de origen. Me parece muy pertinente utilizar esta palabra en este sentido, para describir las circunstancias de grupos humanos compelidos a abandonar sus territorios originarios. En este contexto vienen a mi mente de nuevo, los nicaragüenses que han migrado hacia Costa Rica y a otros países de Centroamérica. Los exiliados cubanos en los Estados Unidos de América; los migrantes venezolanos dispersos entre el sur y norte del continente. Las masivas columnas de migrantes que han salido de Honduras, en su búsqueda legítima de un mejor destino.

Ahora bien, en el marco nacional, considero posible utilizar la palabra diáspora para referirse a todas aquellas personas que han tenido que marchar al exilio, debido a su participación en la llamada lucha contra la corrupción e impunidad o por atreverse a ejercer, promover o defender alguna de sus libertades fundamentales. Se trata de un grupo ecléctico de hombres y mujeres, de distintos entornos, cuyo elemento común esta determinado por querer cambiar las condiciones que provocan que este sea un país que no favorece el desarrollo individual, la protección de la familia y la consecución del bien común (artículo 1 de la Constitución Política de la República de Guatemala).

Puede decirse que no es algo nuevo en Guatemala. Durante la mayor parte del Conflicto Armado Interno (CAI) el exilio fue la alternativa que muchas personas utilizaron para salvar la vida. Ahora, con el CAI concluido, se ha pasado de una lucha intestina con todo tipo de pertrechos de guerra, a una guerra mediática y jurídica. Lo peor es que, se ha dado paso a dar un supuesto tinte ideológico a cualquier acción encaminada a cambiar el estatus cubo. Se desconocen libertades y sus garantías fundamentales. Se atacan a las personas por quienes son, no por lo que hacen (falacias ad hominem) no se permite ninguna forma discursiva que proponga un cambio sustancial encaminado al bien común. Se apelan a paradigmas y nunca se exponen argumentos debidamente razonados.

Algunos de los integrantes de esta nueva diáspora fueron en su momento celebrados, incluso como héroes, sus manierismos copiados, conocerlos era estar “in”.  En 2023 resulta que ya no se quiere hablar de ellos o si se lo hace es en voz baja. Muchos de los que no tuvieron la alternativa de ir al exilio han optado por un perfil bajo, casi invisible. Otras personas han sufrido los embates de quienes son paladines de los auténticos poderes que dirigen el país.  Es la concreción de la novela El gatopardo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa: (…) tiroteos inocuos, y, después, todo será igual pese a que todo habrá cambiado». (…)  una de esas batallas que se libran para que todo siga como está».

Más aún, creo que, así como los romanos destruyeron Jerusalén, el Templo erigido por Herodes, y exiliaron a líderes y élites judías, asesinaron otros o los vendieron como esclavos; aquí sus émulos buscan socavar las instituciones democráticas, exiliar a líderes, jueces, defensoras(es) de libertades, o criminalizarlos y encarcelarlos, tras escarnecerlos públicamente.

Abogadas(os), periodistas, profesionales de la judicatura, defensoras(es) de las libertades fundamentales y sus garantías, son ahora objeto de persecución sistemática, de todo tipo de denuncias, algunas de las cuales absurdas a más no poder, víctimas de la materialización de la cita de Alphonse Karr “cuanto más cambie, es más de lo mismo”.  Se les obliga integrar esa nueva diáspora que se lleva a ese inmerecido exilio, las esperanzas de un país que, en otras circunstancias, pudiera caminar hacia el desarrollo y la auténtica democracia.