“El temor a ser atacado (…) genera una angustia que transforma el actuar del grupo o la persona llevándolo a defenderse o atacar para “salvarse”, donde el lema explícito o implícito es: el Otro es el enemigo” Mireya Lozada.
Ya se ha dicho hasta la saciedad: el rector impuesto Walter Mazariegos será recordado en la historia de la Universidad como el mayor enemigo declarado de la misma, debido a que está llevando la crisis de la institución a niveles inimaginables. Durante mucho tiempo, se sabía que tarde o temprano, iba a haber una ofensiva en contra de la USAC, debido al papel tan relevante que tuvo en épocas pasadas, donde muchos de los miembros de la única universidad pública del país, se pusieron del lado del pueblo para defender las justas causas de la sociedad civil en tiempos de la mayor represión. En el imaginario, ese esperado ataque siempre se visualizaba por actores externos, jamás se pensó que un miembro de la misma comunidad fuera el verdugo de las tradiciones sancarlistas: bien dice el dicho que “no hay peor cuña que la del mismo árbol”.
La crisis se siente en cada rincón de la Universidad, en cada pensamiento de la comunidad sancarlista, en cada espacio de encuentro y de discusión donde se aborde el tema: el sentir es generalizado -al menos, en el discurso-, sobre que no se acepta lo ocurrido: son pocos los actores internos que abiertamente están apoyando al espurio rector y sus huestes criminales. Sin embargo, debajo del aparente rechazo, se desarrolla un dilema terrible: manifestarse en contra de las autoridades puede tener consecuencias: para los estudiantes, la posibilidad de perder un valioso tiempo en la obtención de su título; los docentes y trabajadores, la posibilidad de recibir sanciones y/o represalias que van desde las amenazas administrativas e incluso las acciones judiciales, hasta el mayor peligro: el despido o la degradación sustantiva de las condiciones de trabajo, que se considera como despido indirecto, tal como me ocurrió personalmente.
El mayor problema es la percepción del otro: el enemigo directo ya no es el rector, sino el estudiante que por x o y razones, prefiere recibir clases; o el profesor, que amparado en una supuesta fidelidad a la “academia”, se mantiene en la línea de dar clases, o el trabajador en general, que sigue acatando las normas, debido a que teme las sanciones que afecten su patrimonio o sus perspectivas laborales de futuro. Desde esa perspectiva, he visto conflictos entre los que antes eran compañeros, rivalidades entre los que antes eran amigos. El signo de la desconfianza y la división se instaló por todos lados, por lo que ahora el enemigo más grande es quién decida respetar las normas y procedimientos de la institución, aun cuando quienes primero violaron esa normalidad institucional fueron las mismas autoridades, quienes siguen sumando ilegalidades a su diario actuar. El contexto de un sistema de justicia complaciente y cooptado, sin embargo, les hace juego a estos delincuentes disfrazados de académicos.
Ante tal panorama, dos consideraciones estratégicas relevantes: uno, hay que recordar que el enemigo no es la comunidad sancarlista, por lo que aquellos que deciden mantenerse en el camino institucional y no en la resistencia, deben ser respetados. El dialogo y la concordia entre nosotros debe prevalecer. Dos, aún cuando los actores decidan acatar las reglas vigentes, jamás deben olvidar esta afrenta que se ha realizado a la Universidad: lo peor que podemos hacer es callar y olvidar, dejar que el tiempo borre las huellas de la ignominia, y permitir que Mazariegos tarde o temprano, se consolide como “Rector”. La consigna “No tenemos Rector” debe continuar con el tiempo, negándole al susodicho la dignidad que debería tener la persona que ocupa tal cargo. Bien dice el dicho que «Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo».