LA CRISIS DE LA DEMOCRACIA GUATEMALTECA

Luis Fernando Mack

“Las personas se sienten ignoradas, como si la democracia no haya cumplido del todo con lo que les prometía”. Michelle Bachelet.

En 1997, el sociólogo francés Alain Touraine publicó su libro: “Podremos vivir juntos”, una reflexión de como los cambios sociales, económicos y políticos de nuestro tiempo habrían provocado una crisis de convivencia, ya que a las instituciones nacionales les cuesta cada vez más establecer un punto medio entre la necesidad de establecer reglas y valores comunes de convivencia en medio de la creciente diversidad identitaria, cultural y social que ha alentado la modernidad tardía. El resultado, ya lo advertía Touraine, era la creciente perdida de legitimidad de las instituciones, que se ven impedidas de resolver el dilema de reconciliar las crecientes diferencias mediante un modelo de gestión comunitaria que se base en el reconocimiento de las diferencias y no simplemente en la homogeneización de la sociedad.

El análisis de Touraine no ha perdido vigencia, luego de más de dos décadas de publicado: la realidad de las sociedades como la guatemalteca demuestran un torbellino de realidades diferenciadas e intereses diversos que pugnan por imponerse en los procesos electorales, de manera que en cada elección parece emerger un cuadro cada vez más problemático: unos pocos se sienten vencedores, debido a que alcanzan el poder que tanto han anhelado, mientras que una gran mayoría percibe que en realidad, nada ha cambiado, especialmente cuando el nuevo gobierno empieza a definir su rumbo: indudablemente, el número de personas que se sienten desilusionadas por la acción de sus gobernantes, crece de manera constante conforme avanza cada período de gobierno, tan solo mitigado por la esperanza de que el próximo ganador de las elecciones podría empezar a cambiar la tendencia de los malos gobiernos precedentes. Luego de más de dos décadas de repetirse ese esquema en donde se renueva el ciclo esperanza-decepción, el número de ciudadanos que se siente satisfecho con la democracia ha ido disminuyendo paulatinamente, tal como han demostrado encuestas como la de LAPOP, que enfatiza cómo al más de la tercera parte de los ciudadanos estarían dispuestos a aceptar un gobierno no democrático, aspecto que es similar en varios países de América Latina.

La creciente tendencia a la diversidad social, política y económica que se refuerza cotidianamente, gracias a la tendencia de los grupos a relacionarse únicamente con quienes piensan y viven de forma similar, es entonces la mayor amenaza que puede enfrentar la democracia en nuestros días, ya que gane quién gane en las contiendas electorales, tendría la ardua tarea de reconciliar a los bandos enfrentados, muchos de los cuales han enfrentado campañas electorales que lejos de contribuir a producir sentimientos de unidad, han provocado la polarización con el que perciben, es un adversario al que hay que vencer. El resultado: el afianzamiento de la diferencia y la rivalidad, lo que posteriormente será el principal obstáculo para promover gobiernos que reconcilien las diferencias; más bien, las decisiones de política pública probablemente avivarán la diferencia, con lo cual seguro se profundizará el enfrentamiento y la polarización. En ese contexto de avivamiento constante de lo que separa a cada grupo y comunidad, la sociedad se aleja cada vez más de ese proyecto común que logre reconciliar las diferencias: para el caso de Guatemala, por ejemplo, la imposibilidad de construir un  país donde puedan convivir de forma pacífica militares y civiles, sectores de derecha y de izquierda, empresarios con movimientos populares, y de esa forma, un largo etcétera de los muchos clivajes de conflicto que afloran en esta bella, pero convulsa sociedad.

En ese contexto de diversidad creciente, las instituciones de la democracia difícilmente podrán resolver las expectativas de la mayoría de ciudadanos, ya que cada proyecto político ganador, intentará construir su propio modelo político, con lo cual excluirá sistemáticamente al resto. En ese contexto, las democracias producirán unos pocos ganadores -los sectores aliados a quien gane-, y muchos perdedores -el resto de la sociedad-, tal como sintetiza la frase que muchos actores han repetido a lo largo del tiempo: “En estas condiciones, no queremos elecciones”.