CRÓNICA DE UNOS DESASTRES ANUNCIADOS

Luis Fernando Mack

“Siempre se cosecha lo que se siembra”. (Gálatas 6, 7)

Los pronósticos al inicio de la temporada lluviosa ya advertían los problemas venideros: se sabía desde mucho antes que habría lluvias copiosas, por lo que en un país tan vulnerable a los cambios climáticos como Guatemala, los planes de mitigación de desastres debieron haber sido diseñados con mucho tiempo de anticipación. La evidencia acumulada en muchos de los incidentes ocurridos en los últimos días ha desnudado aún más la ineficiencia institucional galopante que padece nuestro país, por lo que se han oído voces de indignación en diversos foros y programas de análisis clamando por una respuesta más pronta y eficaz por parte de las autoridades.

Lamentablemente, las últimas décadas han sido una repetición sistemática de todos los errores que nos siguen condenando al fracaso: no existen planes de desarrollo, no se ejecutan las recomendaciones para enmendar los problemas de fondo, no se le da continuidad a las políticas públicas que podrían significar una mejora continua en las dificultades y problemas que afrontamos, por lo que estrictamente hablando, seguimos profundizando los problemas que tarde o temprano desembocarán en tragedias y desastres como las que hemos presenciado las últimas semanas.

Un ejemplo de esta desidia e inoperancia institucionalizada es el antecedente de todos los colapsos de drenajes que han ocurrido en las últimas semanas: el 22 de febrero del año 2007, un agujero de grandes proporciones se abrió en el barrio San Antonio, zona 6 capitalina, provocando la muerte de 3 personas y la desaparición de varias casas. Posteriormente, tres años después, un nuevo agujero gigante se formó en un área cercana al primer hundimiento, esta vez en la zona 2 capitalina. En la evaluación de ambos desastres participaron diversos expertos, quienes se dividieron en dos grupos: algunos señalaron que habían sido provocados por causas naturales, el cual fue descrito como “una depresión natural en la superficie causada por procesos kársticos”. El geólogo Sam Bonis, sin embargo, no estuvo de acuerdo con esta opinión, señalando que la causa de ambos agujeros era aún más preocupante: “el impresionante hoyo, lejos de ser sólo un fenómeno natural, fue el resultado de algo más peligroso: el pésimo alcantarillado de la ciudad”; y el hecho de que el colapso de la tierra se atribuyera causas naturales solo “distrae de una peligrosa situación que debería ser solucionada con una mejor infraestructura para las aguas residuales y la escorrentía de la ciudad”, sentenció Bonis en un reportaje de la BBC. Al final del reporte, concluyó: «Hay muchas posibilidades de que esto ocurra de nuevo en cualquier lugar de la ciudad» (Subrayado nuestro).

Doce años han transcurrido de ese diagnóstico, y la evidencia parece confirmar que las instituciones responsables han hecho oídos sordos a esas recomendaciones, por lo que es de esperar que mientras no exista una estrategia institucional que mejore la infraestructura de aguas residuales en el área metropolitana de Guatemala, los hundimientos como el que está ocurriendo en Villa Nueva, se volverán a repetir, aunque el área específica del desastre sea difícil de prever.

Ante tal perspectiva, es claro que el modelo de acción institucional vigente hasta la fecha debe cambiar radicalmente: las autoridades actuales y pasadas se han preocupado más por enriquecerse a costa del sufrimiento de los ciudadanos, con lo cual han renunciado a estructurar planes de mediano y largo plazo que encaren los graves y crecientes problemas que estamos acumulando. Ojalá, los votantes en el año electoral 2023 tomen conciencia que debemos elegir autoridades realmente comprometidas con empezar a solucionar los muchos problemas que nos aquejan a los ciudadanos de esta caótica y sufrida patria llamada Guatemala.