ALVARO COLOM, ME QUEDO CON SU PARTE HUMANA

Manolo García
Manolo García

Corría la década de 1970, cuando la ciudad se mantenía casi desierta, el desarrollo comenzaba a levantar la mano y la dictadura militar y era severa con la guerrilla, pero complaciente con los grupos de poder empresarial.

En esa época existía en el kilómetro 13.5 de la ruta a El Salvador, en la aldea Puerta Parada, Santa Catarina Pinula, la fábrica de tejidos “Gadala María”, propiedad del señor Alfonso Gadala María, un salvadoreño llegado al país a finales de los 60’.

Ahí llegó, por azares del destino, un joven llamado Álvaro Colom Caballeros, hijo de don Antonio Colom Argueta y de doña Yolanda Caballeros Ferraté, y sobrino del líder asesinado Manuel Colom Argueta, en el afán de efectuar su práctica professional supervisada, como fase previa de su graduación como Ingeniero Industrial de la Universidad de San Carlos de Guatemala, en 1974.

Ahí fue, precisamente, donde lo conocí, ya que mi madre tenía en el lugar una cafetería para atender la demanda de comenzales, trabajadores del lugar.

Antes de eso, su don de gentes y su alta religiosidad lo habrían llevado a pensar en la posibilidad del sacerdocio, pero cambió de opinion.

Fue en aquel año cuando toda la Gadala María participó en los actos de su graduación universitaria y también de su matrimonio con la señora Patricia Szarata, con quien procreó a sus hijos Antonio y Patricia.

Su infortunio llegó cuando su esposa y su madre fallecieron en un accidente de tránsito en 1977 y se quedó a cargo de sus primogénitos.

Colom Caballeros fue el impulsor de la maquila en Guatemala, allá en la 24 calle y vía del ferrocarril, hoy Atanasio Tzul, de la zona 12, donde instaló su empresa Roprisma, y desde ahí comenzó su fama como empresario textil.

“Estudie, aplíquese, no pierda un día de su tiempo. Después de la vida le será mejor”, me repetía cada vez que nos veíamos y me compartía un juguete o dulces.

Fuimos amigos durante cinco décadas. Nos veíamos poco. Sí. Allá por 1992, me invitó a apoyarlo cuando llegó al Viceministerio de Economía y después cuando se convirtió en jefe del Fondo para la Paz (Fonapaz), ambos durante el gobierno de Jorge Serrano. En ninguna de las dos oportunidades acepté ese reto. Y respetó mi punto de vista.

Insitió con su oferta cuando se lanzó como presidenciable en 1999, respaldado por partidos de izquierda. Tampoco encontró eco. Al final, me resumió su pensamiento: “A un amigo no se le daña, y yo no lo voy a dañar con la política”.

Después nos vimos esporádicamente, en una oficina de la zona 10 y en su despacho presidencial, y nunca se olvidaba enviar saludos a mi madre y a recordar las delicias de su cocina.

Lo de la política es otra cosa. Querido por muchos y rechazado por otros. Yo me quedo con su parte humana. Que en paz descanse don Álvaro.