SOBRE ENCUESTAS Y PREDICCIONES ELECTORALES

Luis Fernando Mack

“Las encuestas se equivocan porque la sociedad es cada vez más compleja y las tendencias de opinión pública resultan cada vez más difíciles de calibrar”. Rosana Ferrero

Uno de los campos de debate más acalorados y políticamente más importantes es la relación entre los sondeos electorales y el efecto que tienen dichas mediciones sobre los votantes; de la misma forma, se debate fuertemente que tan precisas y confiables pueden ser tales instrumentos de investigación social; en general, existen diversas posturas, pero hay un cierto consenso alrededor de estos temas: el primero, y más importante, que las encuestas son útiles para conocer una tendencia en un proceso electoral, pero el segundo consenso es que su precisión depende de muchos factores que la hacen instrumentos imperfectos para darse por realidades inmutables. Eso significa que pueden ser muy precisas, o estar muy alejadas de la verdad, dependiendo de muchos aspectos que los investigadores no pueden controlar del todo.

Al respecto de esta conclusión, situaciones de alta polarización en donde existe una percepción generalizada sobre lo malo o bueno de un candidato puede influir en la sinceridad de los votantes, tal como ocurrió con Donald Trump en las encuestas lo daban como amplio perdedor en las elecciones presidenciales norteamericanas del 2016, algo que ya había ocurrido antes, por ejemplo, en la Nicaragua de Daniel Ortega, cuando las encuestas daban por perdedora a la opositora Violeta Chamorro. En ambos casos, y en otros casos similares, las encuestas subestimaron el apoyo real de quienes después se alzaron con el triunfo, debido a que existía un contexto político polarizado que hizo que los votantes escondieran sus preferencias reales. El fracaso predictivo de las encuestas en el Brexit también es memorable.

Una encuesta electoral depende de lo estable, cohesionada y predecible que sea una sociedad, ya que del conocimiento profundo de como se estructura lo social y cultural depende directamente la capacidad de elaborar muestras precisas y confiables; primer aspecto problemático de quién realiza encuestas en Guatemala. La alta conflictividad, la diversidad cultural y social y la falta de cohesión social de la sociedad guatemalteca pueden, por lo tanto, ser difíciles de precisar, por lo que no necesariamente una encuesta podrá predecir con precisión la tendencia social que intenta medir. Un segundo criterio es entender el entorno político y electoral existente: en una sociedad democrática, uno de los aspectos más relevantes para medir elecciones es el arraigo partidario: sociedades con partidos de larga data ahorran muchos dolores de cabeza a los ciudadanos, porque la afiliación partidaria es un elemento fundamental de los votantes a la hora de elegir, tal como dice la teoría: “La identificación partidista es el factor explicativo más fuerte de la decisión de los votantes, y los indecisos suelen ser aquellos que se consideran «independientes», o no se identifican con algún partido en particular”. Luis Estrada. Para el caso de Guatemala, el entorno político volátil y cambiante que caracteriza a Guatemala es un obstáculo importante que las encuestas difícilmente pueden medir.

El ascenso de un candidato antes considerado perdedor -el voto de castigo- es señal inequívoca de descontento ciudadano y de falta de arraigo partidario, tal como ha ocurrido en tres ocasiones en Guatemala: en 1990, cuando emergió Jorge Serrano Elías, en 2015, cuando emergió Jimmy Morales, y en el 2019, cuando emergió Alejandro Giammattei. En las elecciones 2019, todos hablan del nuevo “voto de castigo” hacia Zury Ríos y Sandra Torres, descontento que ha llevado a la emergencia de un nuevo posible ganador. El problema de este contexto es que tal apoyo no es real: las personas no se inclinan por este tipo de candidatos por las cualidades del mismo, sino por los defectos de los que candidatos o candidatas que se consideran ganadores. Desde esa perspectiva, así como suben, pueden bajar, especialmente si como se espera, se inicia la campaña de desprestigio hacia el nuevo candidato a vencer. La clave es entonces, que tanto miedo se difunda sobre lo potencialmente malo que sea un candidato, tal como nos explica Eliza Esthal: el miedo a “qué pasaría si”, parece ser un ingrediente permanente en el imaginario chapín, pues se acostumbra un voto en contra, a favor del “menos malo”.

La conclusión lógica de este análisis es que nadie puede dar por sentado nada en las elecciones 2023; la encuesta de Prensa Libre, aunque útil para entender la dinámica del momento en que se elaboró, no es una predicción precisa, y no debe ser tomada como tal. La mejor encuesta electoral será entonces la dinámica real el día de las elecciones.