SE ESCURRE COMO AGUA ENTRE LAS MANOS

Luis F. Linares López

Desde hace varios años el bono demográfico es citado con frecuencia, pero se hace poco o nada por aprovecharlo.  Todas las sociedades experimentan cambios en la estructura de edades de su población, debido a la reducción de la mortalidad infantil, el aumento de la edad de matrimonio y de procreación, la planificación familiar, y la mayor esperanza de vida.  Todo ello provoca que se reduzca el peso de la población infantil y juvenil – de 0 a 14 años – que aumente el tamaño de la población en edad activa – entre los 15 y los 64 años – y aumenten sostenidamente los adultos mayores.

Algunos países iniciaron ese proceso – denominado transición demográfica – desde los años 50 del siglo pasado.  En Uruguay, en 1950, el promedio de hijos por mujer era de 3, mientras que en Guatemala era de 7, y actualmente 2.7. En 1960 el 46% de la población tenía 14 años o menos, el 52 % entre 15 y 64, y solo el 2.6% de 65 años y más.  En 2020 los menores de 15 representaron el 32 %, entre 15 y 64 el 62 % y mayores de 65 el 5.3 %.  Para 2050, el año más lejano en las proyecciones del INE, los menores de 15 serán el 20 % de la población, los de entre 15 y 64 el 68 % y los mayores de 65 el 12 %.

El bono demográfico es la fase del crecimiento de la población donde el equilibrio entre edades ofrece una oportunidad para el desarrollo, porque el número de dependientes – niños y ancianos – es menor que el de la población dedicada a una actividad productiva, lo que da mayor posibilidad de producción, en comparación a lo que pasaba a mediados del siglo pasado, cuando los dependientes eran casi tantos como los activos. Guatemala es el país de América Latina que tiene el mayor período de bono demográfico –  hasta 2069 – mientras que para países como Cuba y Chile terminará antes de 2025.

Pero ¿qué es lo que debe hacer Guatemala para aprovechar ese período tan largo y favorable para el desarrollo? Comencemos diciendo que, de ese período de alrededor de 110 años, ya nos comimos más de la mitad, y estamos a la cola de América Latina en casi cualquier indicador social.  Es decir, que el bono se nos escurre como agua entre las manos.  

Lo más importante es la inversión en la niñez y en la juventud.  Tenemos la pesada loza de la desnutrición crónica, que afecta a casi la mitad de los niños menores de cinco años y les deja daño de por vida.   Estamos más que retrasados en la educación de los jóvenes.  Solo uno de cada cuatro jóvenes en edad para la secundaria está cursando estudios, y la mayoría lo hace en centros privados, por lo que hay pocas oportunidades educativas para los jóvenes de familias pobres.  Y eso sin hablar de la calidad de la educación.  Finalmente, somos líderes en América Latina en la categoría de jóvenes que no estudian ni trabajan. Uno de cada cuatro jóvenes entre 15 y 29 años está en esa condición.  El período del bono también debe aprovecharse para incorporar al mayor número posible de trabajadores actuales a la seguridad social, para que cuando lleguen al término de su vida productiva tengan oportunidad de una pensión, y exista un sólido régimen de seguridad social.