Estamos en una etapa especial del año en la cual nuestros retos y metas llegan a una jornada más, ojalá feliz para todos; donde el tiempo debería detenerse por un instante para hacer alguna reflexión personal, por la familia y para la comunidad.
Como personas sugiere la oportunidad para analizar nuestra forma de ser, pensar y actuar respecto de nosotros mismos y con los demás. Si este año ha sido de satisfacciones, enhorabuena. Si quedó algún detalle pendiente, pongámoslo como prioridad para el nuevo amanecer.
Si en la familia se lograron triunfos, es notoria la gracia de Dios. En cambio, los tiempos del Creador son perfectos, en tanto haya glorias pendientes. Motivémonos en tanto esposos, padres, hijos, hermanos, profesionales o funcionarios públicos. Estemos en disposición de agregar nuestro grano de arena para construir la felicidad en el hogar, en el país.
El año 2022 fue particularmente trascendente, pues se abrieron las puertas a una “nueva normalidad”, tras dos años de padecer los tormentos de la pandemia por el covid-19.
Fue un ambiente en el cual la comunidad se vio privada de compartir momentos especiales de convivencia y de solaz esparcimiento. Donde se apagaron vidas, pero también surgieron esperanzas.
Ahora es cuando debemos encender la luz del pensamiento y comprender la necesidad de fortalecer nuestro espíritu de compartimiento en comunidad, en tanto asociados humanos e inquilinos del mundo se sirvan a sí mismos y a los demás, y con el mayor desprendimiento, en busca de la eficiencia y del desarrollo social.
Abramos nuestros corazones a la participación comunitaria en respuesta a nuestra responsabilidad como seres humanos. Faltan dos meses para finalizar el año, sí. Dos meses en los cuales el Gobierno ya no está en disposición de hacer nada, pues los pensamientos de muchos de sus funcionarios ya están pendientes de la jornada electoral cercana.
Así, pues, dejo estas letras en el ánimo de dejar un mensaje esperanzador en buen tiempo.
