“(Trump) Retrató a la administración demócrata como desconectada de los desafíos que enfrentan los estadounidenses en la vida cotidiana”. TRT World
El dato objetivo es abrumador: 73,468,444 millones de norteamericanos se inclinaron por el republicano Donald Trump en la contienda electoral 2024, además de que el influjo de la figura del presidente número 47 permitió igualmente una mayoría en el senado de la República, lo que configura una de las victorias más incontestables y absolutas en la historia de uno de los países más influyentes del mundo actual. Dicha hazaña hubiera sido impensable hace unos diez años, cuando Trump aún se limitaba a ser influyente en el ámbito empresarial y mediático.
La historia del ahora presidente empieza por allá por abril del 2011, cuando en una cena de corresponsales en Casa Blanca, Trump tuvo que aguantar una humillación pública por parte del entonces presidente Barack Obama: es un consenso que la inquietud por ocupar el puesto que ostentaba Obama empezó justo esa noche, al calor de una humillación que pocas veces había soportado el magnate. La estrategia de Trump empezó igual que como había hecho antes en el programa El Aprendiz, en el que se hizo famoso por su frase en inglés “estas despedido”: aprovechar la imagen de hombre ganador para alcanzar lo que Obama había insinuado que no podría hacer: ser presidente de Estados Unidos. Y para lograrlo, tuvo que aguantar durante meses las burlas y los análisis contrarios de muchos analistas, corresponsales de prensa y creadores de contenido mediático; en su paso, demostró capacidad para enfrentarse a las maquinarias electorales más experimentadas de ambos partidos, ya que se sabe que al inicio de su campaña, el mismo partido republicano lo miraba con desdén.
En el camino, Trump erigió sus victorias de formas inusuales: mintiendo descaradamente, diciendo cosas que no eran políticamente correctas, contradiciendo abiertamente el pensamiento de los expertos y haciendo alarde de una popularidad a prueba de fuego: es ampliamente conocido que en enero del 2016, Trump aseguró que podría disparar en la quinta avenida de Nueva York, a plena luz pública, y no perdería votos. Ni siquiera influyó en su elección los testimonios de personajes muy cercanos a él en su primera presidencia, que luego de su derrota en 2020, se unieron a una serie de voces que pronosticaban el fin de la carrera política del ahora presidente. Fue llamado fascista, misógino, mentiroso, prepotente, desleal, y en su historia personal, ha contado con oposición de personajes populares como Taylor Swift, Adam Mckay o Alec Baldwin, pero nada de ello ha lograron restarle votos, ni siquiera el inusual insulto racial de un comediante en uno de sus mítines, en el que comparó a Puerto Rico con una isla de basura en medio del mar, o incluso, algo tan grave como ser condenado en un juicio en una corte de Nueva York, nada de ello impidió el paso arrollador del presidente Trump. Trump nació para ser amado por muchos, y odiado por el resto del mundo. Su karma y su esencia se alimenta del conflicto, de la provocación, de la ira o la admiración que provoca, y paradójicamente, su éxito también se basa en el pragmatismo: lo que se percibió como una bonanza económica durante la primera presidencia de Trump fue la base que favoreció el retorno del inusual personaje que es hoy Donald Trump.
Los historiadores, los analistas, los politólogos y los medios de comunicación, seguro pasaran muchos años más dándole la vuelta al fenómeno Trump: ¿Cómo se explica su victoria? ¿Qué permite que sea tan popular, a pesar de tantas cosas en contra? Una primera clave para responder a esta interrogante parece ser su estrategia comunicativa: presentase como el nuevo mesías, aquel que está al servicio del “jefe mayor”, Jesús. Por eso, la burla de Kamala Harris diciéndole a los creyentes que estaban en el bando equivocado, cundió como fuego y probablemente incentivó la oleada conservadora que finalmente posicionó a Trump en la presidencia. Los griegos, hace muchos siglos, ya habían advertido que la democracia está en peligro, cuando surgen los demagogos, tal como lo afirmaba Aristóteles: “La demagogia es la corrupción de la democracia”. Pero más allá de las especulaciones y las teorías que intentaran a posteriori explicar lo inexplicable a simple vista, lo cierto es que Trump nos ha demostrado fehacientemente que el peor enemigo de la democracia, puede ser la democracia misma.