“La elección de los cuerpos electorales estuvo plagada de señalamientos en contra de Mazariegos, incluido el acarreo de votos” Engelberth Blanco.
Después de un largo silencio institucional, finalmente el rector en funciones, Walter Mazariegos, pronunció un descolorido discurso en donde la parte simbólica fue la primera que sobresalió con fuerza: escoltado en el fondo por un nutrido grupo de colaboradores alrededor del nombre de la Universidad, la retórica del rector impuesto giró en torno a una supuesta normalidad que ya nadie cree, intentando demeritar y desacreditar al movimiento de resistencia que se vive a lo interno de la institución; enfoque inicial que contradice fuertemente el sentido de sus palabras, que supuestamente apuntaban a un diálogo y a una mediación en la que realmente no cree.
Lo positivo del mensaje es que, por primera vez, existe una muestra evidente que al rector y sus aliados, la situación de la Universidad no les es para nada gratificante: en otros tiempos, ocupar la rectoría era una posición de privilegio que acarreaba mucha honra y dignidad. Desde que Mazariegos ocupó el cargo, hay muy pocas cosas puede enorgullecerse, por lo que es evidente que la resistencia le está significando un alto costo a él y a su grupo. El camino que escogió, sin embargo, parece no tener un final feliz: aunque logre recuperar el control de la Universidad, el daño a su imagen es irreversible, ya que pasará a la historia como el personaje que provocó la crisis institucional más grave en la historia de la USAC. Incluso, más grave y amenazante que la que se vivió en tiempos de la represión que sufrió la institución en las épocas más duras del conflicto armado interno, donde el ataque era perpetrado por actores externos. En este caso, por el contrario, la puñalada provino desde adentro, lo cual hace la crisis aún más dolorosa y profunda.
Lo negativo es que ahora Mazariegos apuesta a coludirse con el recién nombrado Procurador de Derechos Humanos, quién de forma inexplicable, parece estar alineándose a los intereses del Rector en funciones, para legitimar un desalojo a la fuerza de la Universidad, amparado en que la resistencia supuestamente no quiere dialogar. La trampa, en este caso, es cómo generar un diálogo que parece haber nacido muerto: si se toma en cuenta que lo que se cuestiona es el procedimiento por medio del cual el actual rector en funciones llegó a ocupar tal cargo, es claro que validar un diálogo es improcedente, ya que lo que está en duda es justamente la legitimidad de quién ahora quiere un diálogo. A menos que Mazariegos acepte que el diálogo pasa por anular el procedimiento que lo llevó a tomar el cargo, cualquier intento de negociación es legitimar una autoridad ampliamente cuestionada, lo cual conduce inexorablemente a un punto muerto: el perfecto ejemplo de un diálogo que parece haber nacido muerto.
Lo que está claro es que la crisis de la Universidad está lejos de resolverse: aún si Mazariegos logra consolidar su estrategia de fuerza, instrumentalizando al PDH para sus propios fines, una recuperación del campus usando la fuerza tendría probablemente un efecto aún más nocivo sobre la ya deteriorada imagen de Mazariegos: pasaría a la historia no sólo como el personaje que secuestró la legitimidad de la USAC, sino el que utilizó la fuerza pública como un aliado para acceder a la institución: una cruel ironía para todos los mártires que murieron defendiendo la autonomía y la dignidad de la USAC.