LA DEUDA HISTÓRICA DEL ESTADO CON LOS PUEBLOS ORIGINARIOS

Luis Fernando Mack

“Territorio, para el Estado, es solo propiedad privada. Para nuestro pueblo, en cambio, es mucho más. Pero nunca han respetado nuestra decisión sobre nuestro territorio”. Manuel Vail

Guatemala es un país multicultural, según establece el artículo 66 de la Constitución Política, por lo que, en el papel, el Estado reconoce, respeta y promueve “sus formas de vida, costumbres, tradiciones, formas de organización social, el uso del traje indígena en hombres y mujeres, idiomas y dialectos”, tal como se expresa literalmente en dicho artículo. En la realidad, el sistema cultural, político y económico dominante, contradice abierta y sistemáticamente la declaración constitucional, convirtiendo el accionar del Estado en una maquinaria para negar, destruir y transformar la identidad, los derechos y las tradiciones de los pueblos originarios, sin siquiera inmutarse: el culturicidio es una práctica cotidiana desde que la sociedad guatemalteca emergió a la vida independiente, y este detalle hay que tomarlo en cuenta a la hora de pensar la Guatemala de hoy. Desde la perspectiva indígena, la declaración del artículo 66 es vista por los pueblos originarios con escepticismo y franca apatía: para principiar, la declaración de que el Estado los considera “comunidades o grupos étnicos” que requieren protección, la consideran racista y colonialista. Para ellos, dicen, este sistema nunca los ha tomado en cuenta, por lo que, desde el inicio, jamás se han sentido parte de esta farsa que se llama Guatemala. 

La realidad de los pueblos originarios nos señala que el problema principal de este país es que el sistema político que se construyó sigue manteniendo el origen cupular, elitista, racista y discriminador desde el que siempre se erigió, lo que determina que siga siendo un Estado sin nación, o en su defecto, con múltiples nacionalidades en su seno que constantemente disputan su control cada cierto tiempo. La guerra interna que desangró Guatemala es, por lo tanto, solo una de las muchas facetas conflictivas que se viven cotidianamente en nuestro territorio: bajo la superficie, viven latentes múltiples contradicciones que afloran fácilmente, haciendo de este territorio llamado Guatemala, un escenario volátil para la violencia, el autoritarismo y la dispersión. 

Desde esa perspectiva centrífuga, es fácilmente entendible porque fracasó tan estrepitosamente el último intento de cambio, el que fue liderado por el Comisionado Iván Velásquez al frente de la CICIG y el MP de Thelma Aldana: aunque ambos personajes son visto como héroes por los actores urbanos, los actores políticos progresistas, las élites académicas y los grupos empresariales emergentes, la mirada de las autoridades ancestrales y los actores que se articulan en defensa del territorio fue mucho más crítica: ambos personajes nunca los tomaron en cuenta, ni tampoco lograron responder a sus demandas e intereses, por lo que lejos de ser los adalides de la justicia, fueron vistos como parte de ese sistema colonial, distante y ajeno a sus demandas.

Entender esta realidad multinacional, que trasciende la mirada etnocéntrica con la que se pretendió construir Guatemala, es el principal obstáculo que sigue demostrando la miopía de los grupos dominantes, quienes lejos de aprender de sus errores, siguen intentando hacer valer esa falaz unidad que se expresa en esos sentimientos patrióticos que están realmente vacíos de contenido: aunque hay algunos pocos sectores urbanos que se enorgullecen de los colores de la bandera e intentan validar un chauvinismo sentimental que no se sostiene ni histórica, ni social, ni políticamente hablando: la realidad sigue demostrando una sociedad dividida, enfrentada, diversa, que tiene pocas razones para enorgullecerse de lo que se ha construido en estos mas de 200 años de una unidad basada en la simple asimilación forzosa de la diversidad.

Para finalizar esta breve reflexión, quisiera terminar con estas palabras de uno de los representantes de los pueblos originarios. Expresa el orgullo y la dignidad que aún los caracteriza, debido a que, durante 200 años, han mantenido sus costumbres, sus formas de organización y sus creencias, pese al cerco institucional, político y social al que han estado sometidos. A pesar del intento de destruirlos, hoy siguen fuertes, debido a que la base de su poder emana de sus propios pueblos: “El Estado necesita de leyes para poder reconocernos, pero no nosotros. Nuestra autodeterminación la estamos ejerciendo desde antes, desde siempre, y el Estado ni siquiera se ha dado cuenta” Manuel Vail