LA CRISIS DE LA TRICENTENARIA CAROLINA

Luis Felipe Linares López

La primera vez que ingresé a la Ciudad Universitaria, con vista a inscribirme en la Escuela de Estudios Generales, me llamó la atención el texto redactado por el Dr. Carlos Martínez Durán, dos veces rector de la Universidad de San Carlos, colocado a la entrada de la plaza frontal de la Rectoría, que incluye la frase: “No entres a esta ciudad del espíritu sin bien probado amor a la verdad y a la libertad”. Quien ama la verdad es una persona íntegra, que actúan con rectitud y decoro. La libertad – uno de los más preciosos dones recibidos por el ser humano, según la expresión de Don Quijote – es un atributo esencial de la persona e indispensable para la vida en sociedad. En lo personal esa frase se convirtió, junto con la búsqueda de la justicia social, en una especie de misión a cumplir en la vida.

La organización de la Universidad de San Carlos a partir de la Revolución de Octubre, la libertad incluía la libertad de cátedra y el derecho de sus integrantes (profesores, estudiantes y egresados) de participar en su gestión. Este modelo funcionó de manera razonablemente buena hasta los años 80, cuando la salvaje represión que se desató sobre San Carlos dañó su desarrollo institucional. Los altos puestos de dirección fueron ocupados por personas cada vez menos indicadas, pasando de situaciones de mediocridad hasta llegar al quiebre de total de valores en los últimos períodos de la Rectoría y de algunas facultades.

Al igual que sucede en la mayoría de ámbitos de la vida institucional de Guatemala, estos han sido pervertidos por la instrumentalización para fines espurios, el tráfico de influencias y la corrupción. No es como decía un articulista que el aporte otorgado por la Constitución vigente sea el culpable de esa perversión. El aporte existe desde la Constitución de 1956. Tampoco la posibilidad de designar integrantes de órganos de dirección de instituciones autónomas y descentralizadas. Eso viene desde la Revolución de Octubre. O la participación de los egresados, a través de los colegios profesionales, en los órganos de dirección (rectoría, Consejo Superior y Juntas Directivas de las facultades).

El problema es el quiebre total de valores, la exacerbada codicia y el uso de las instituciones para satisfacer intereses personales y clientelares. Y la apatía de la comunidad universitaria, como sucede con la indiferencia o resignación ciudadana ante los cada vez más descarados desmanes de quienes detentan los poderes del Estado.

Pienso que no es acertado afirmar que San Carlos ya no tiene solución. Y que solo cabe esperar que en la refundación del Estado sea transformada o quizás suprimida. El problema fundamental de Guatemala no es la naturaleza de las instituciones. Es la perversión de que son víctimas. Y eso no se resuelve con cambios en el diseño de las instituciones, aunque todo es perfectible en esta vida y las normas pueden ser una salvaguarda para el abuso

Pero el problema fundamental, tal como sucede en prácticamente todos los ámbitos de la vida nacional, es de personas. La mayoría de instituciones están capturadas por lo peor de nuestra sociedad y mientras situación no se revierta, no es posible evitar que se conviertan en un botín político y económico. La esperanza de que la Universidad de San Carlos supere esta crisis y renazca de sus cenizas radica esencialmente en sus estudiantes, apoyados por docentes y egresados comprometidos con los altos fines de una universidad pública. En varios momentos decisivos de la historia los estudiantes sancarlistas jugaron un papel de vanguardia. Este es uno de ellos.