LA CORRUPCIÓN COMO SISTEMA: EL ESTADO ANÓMICO

Luis Fernando Mack

“Los Estados latinoamericanos no representan invariablemente una garantía de seguridad y orden público. Muy por el contrario. Son en muchas situaciones una fuente de inseguridad y de irregularidad, de aquí su carácter «anómico». Peter Waldaman


La anomia fue utilizada por autores como Emile Durkheim y Robert Merton para caracterizar situaciones en donde por alguna razón, existe una brecha entre las reglas vigentes, y el cumplimiento de las mismas: etimológicamente, significa “ausencia de normas”, pero la sociología ha señalado que esa inconsistencia entre normas y prácticas no se debe estrictamente a la ausencia de reglas, sino a que probablemente, dichas normas no son efectivas, por alguna razón social, política o económica. Inicialmente, el concepto de anomia se aplicaba a personas o comunidades particulares, en donde se podía verificar el incumpliendo de las reglas comunitarias o sociales vigentes; sin embargo, en algún momento, el sociólogo alemán Peter Waldman (Waldmann, 2002) aplicó el concepto a la forma en que actúan las instituciones del Estado: violando de forma sistemática el Estado de Derecho que ha sido sancionado en el seno mismo del Estado. Así surgió el concepto de “Estado Anómico”, o en su defecto, a argumentar que es el Estado quién provoca la anomia por la forma particular en que actúa.


Durante muchos años, he intentado desentrañar la lógica de sociedades que se guían por la anomia, tal como ocurre frecuentemente en nuestros países. La principal preocupación teórica es entender que ocurre en dichas sociedades, y he llegado a entender que es el mismo sistema quién “normaliza” lo que en otras sociedades es mal visto: por ejemplo, culturalmente, en Guatemala se le aplica el concepto de “que pilas” a quién sabe navegar en el mar de inconsistencias del sistema, para obtener un beneficio que está reservado solo para un selecto grupo; por ejemplo, es “pilas” quien busca un contacto dentro de las instituciones del Estado para agilizar un trámite, o es “pilas” quién va contra la vía en el tráfico cotidiano para salir delante de todos quienes van en la cola, respetando las normas; es “pilas” un funcionario público que no solo sale con beneficios económicos sobresalientes, sino que además, es aclamado como “héroe”, aunque estrictamente hablando, no haya realizado ningún logro evidente. Es la lógica de “roba, pero hace algo” de muchas de nuestras comunidades.


En época electoral, es necesario recordar que es el proceso electoral el que reproduce la lógica anómica de nuestra sociedad, en particular, lo que Iván Velásquez llamó el “pecado original” de la democracia: el financiamiento electoral ilícito. La lógica perversa del financiamiento electoral ilícito sería la siguiente: acostumbra al ciudadano a un paternalismo extremo: no se mueve ninguna hoja sin que exista un pago a cambio, lo que favorece la lógica del clientelismo; determina un condicionamiento a la acción pública, ya que origina gobiernos débiles y comprometidos con el pago de “favores políticos”, y desarrolla una lógica sistémica en la que no existe interés común, solamente redes clientelares que cooptan el poder político. Es la costumbre de ver la institucionalidad como una auténtica piñata: diseñada para dispensar beneficios clientelares y oportunistas. En ese contexto perverso, no hay cabida para el bien común ni para el sacrificio cristiano por el otro, y por eso, el imaginario colectivo de nuestras sociedades percibe en la política, un campo “sucio” y denigrante de los valores humanos. El corolario lógico: la desmovilización del ciudadano que tiene valores y un nombre que cuidar. Las bases para reproducir la anomia están sentadas: el dilema del prisionero que hablaba O’Donnell se erige en su máxima expresión. Entender este ciclo perverso que produce anomia y corrupción, por lo tanto, es el primer paso para cambiar.


Recordar el origen anómico del Estado es clave para entender que aunque es importante tener criterios claros y precisos a la hora de votar, es mucho más importante entender que el problema de nuestro país no son las personas concretas: es un sistema que promueve la corrupción, el amiguismo, el tráfico de influencias y toda la variedad de males que apreciamos con más claridad en época electoral. Por supuesto, esto no exculpa a quienes han llegado al poder, porque no han tenido voluntad real para reformar el sistema para que produzca menos anomia institucional. Por eso, el primer paso para cambiar, es elegir autoridades consientes del problema institucional que padecemos, con la valentía para emprender la tan ansiada reforma del Estado.