INCERTIDUMBRE PRIMA EN LAS ALEGRES ELECCIONES

Manolo García
Manolo García

Guatemala está a dos meses de participar en lo que debería ser una fiesta cívica nacional: la elección de autoridades a todo nivel. Un presidente, un vicepresidente, 160 diputados y 340 corporaciones municipales.

Es decir, los guatemaltecos empadronados tienen la responsabilidad de depositar su voto en las urnas para dejar en las manos de cuatro mil 336 personas, ciudadanos, políticos responsables (ojalá), los destinos del país.

Sin embargo, toda persona pensante se encuentra ante el paredón de la incertidumbre cuando se topa con 23 binomios presidenciales, más de dos mil 500 candidatos a diputados, muchos en busca de la reelección para seguir gozando de las mieles del poder, y en los municipios, con postulados a veces irreconciliables.

Si bien es cierto, el Tribunal Supremo Electoral, con todas sus luces y sombras (más sombras que luces), es el responsable del desarrollo técnico de los comicios, y los partidos los interesados en ganar espacios para lograrse el “aprecio” de los votantes, la verdad, son los ciudadanos los que al final deberán afinar su puntería para dar, si no en el blanco, por lo menos no que dar en líneas negras.

Sin embargo, cuando se hace un análisis ligero de la oferta electoral solo de presidenciables, cualquiera se topa con la ingrata realidad de que no todos podrían obtener el beneplácito del pueblo, pues no cumplen con el artículo 113 constitucional, que resalta eso de la “capacidad, idoneidad y honradez”.

A todos se les encuenta un punto raro en su hoja de vida, aunque todos tengan una “sana” intención de resolver los problemas de la nación. Todos recuerdan en sus mitines o debates los desórdenes en que han incurrido gobiernos anteriores, sin darse cuenta de que todos, de una u otra forma, han sido partícipes de esos desfases, por acción o por omisión.

¿De que hay favoritos? Seguramente los habrá. Pero aquí prima otra hipótesis, casi atinada. O son, de plano, favoritos por su trabajo partidario de convencimiento propio, o sencillamente porque el ciudadano decide elegir a unos a cambio de que no ganen otros. Léase voto en contra, muy dañino si se quisiera fortalecer la democracia.

De todos es sabido que en una contienda electoral hay personas interesadas en resolver los problemas del país (comencemos por lo bonito y positivo), pero también hay quienes buscan una oportunidad para lograr objetivos personales o de grupo, y otros oportunistas que se aprovechan del momento para ganar espacios en momentos de confusion social.

Hay unos más que no se cansan de participar en el evento para alcanzar la guayaba, después de una o dos veces de haberse postulado, y estas son alturas en que no presentan un groyecto de gobierno mínimamente organizado, como también ocurre con otros que se respaldan en la figura o imagen de políticos reconocidos de antaño.

Hasta hoy no se ha visto con entera transparencia a ningún candidato que presente a las claras qué hará respecto de la inseguridad, la falta de políticas efectivas de educación, salud y ambiente, en economía o las relaciones internacionales, solo para citar algunos temas, o infortunadamente lo medios, ahora, se han desentendido de fortalecer sus inquietudes investigativas, como antes, absorbidas por la euforia que provocan la digitalización de la información y las redes sociales.

Quede, pues, una reflexión. ¿Cómo se verá el país en 2027, cuando se repita la historia nefasta de elecciones improductivas, si el ciudadano no toma las riedas, a conciencia, de lo que desea para el país?