GUATEMALA, EN DISPUTA: NO TODO ESTÁ PERDIDO

Luis Fernando Mack

“La democracia consiste en poner bajo control el poder político”. Karl Popper

Desde que se iniciaron las movilizaciones ciudadanas en abril del 2015, muchos de los analistas se dedicaron desde entonces a analizar lo que ocurría: para algunos, fue una revolución que no fue; para otros, una maniobra de Estados Unidos para poner en jaque a algunos actores locales (la tesis de la conspiración internacional); para otros, una época de cambios radicales que desembocaron en momentos de euforia muy memorables, como cuando el entonces presidente Otto Pérez presentó su renuncia al cargo. La percepción de entonces era de euforia: muchos jóvenes decían que se habían metido con la generación equivocada, porque ellos tenían el poder de quitar presidentes. El exceso de confianza de entonces era la tónica general: se sentía en muchos espacios de análisis que estábamos alcanzando cambios trascendentales. Ese exceso de confianza, por supuesto, descansaba en la sensación que había un actor invencible: la CICIG.

La confianza excesiva llevó a los actores pro-cambio a leer mal el contexto, por lo que paulatinamente se fueron dando las condiciones para lo que fue un retroceso entonces imperceptible, pero que años después es muy evidente. Una evaluación del momento determinaría que se cometieron excesos, indudablemente, quizá el mayor fue esa tendencia a abusar de la detención preventiva como única medida: era raro el juzgador que ordenaba otras medidas sustitutivas, aspecto que fue duramente criticado por los opositores de entonces. Hoy, siete años después, el panorama no podría ser más opuesto: la euforia se ha desvanecido, y la sensación de derrota cunde por todos lados. La queja del abuso de la medida de cárcel se sigue planteando, solo que esta vez, dirigida contra todos aquellos que en los años 2015 al 2019, estaban del otro lado. La sensación de que esta es una cruzada de venganza personal es claramente una tendencia, aprovechando por supuesto que los actuales actores en el poder han capturado todas las instancias legales e institucionales de control, por lo que desde esa cómoda posición pueden ejercer presión y amenazas selectivas.

Los actores pro-cambio, sin embargo, están cometiendo el mismo error que antes: ayer, exhibían un exceso de confianza; ahora, están llenos de sentimientos de derrota y decepción. El discurso de una derrota anticipada en las elecciones del 2023 es ya una constante en muchos círculos, lo que determina un panorama complicado: las percepciones negativas pueden convertirse en una profecía autocumplida. Recuperar el sentido de la esperanza, por lo tanto, es indispensable en estas horas grises.

¿En qué aspectos fundamento mi esperanza de que no todo está perdido? En primer lugar, los delincuentes disfrazados de autoridades no han consolidado su poder, por lo que aún estamos a tiempo de detenerlos. Para afianzarse, han cometido tal cantidad de arbitrariedades y con tanto cinismo -ayer andaban en un desayuno de oración que los retrató como los mentirosos que son-, que difícilmente habrá quién aún no se haya dado cuenta de lo que ocurre. La crisis, por lo tanto, tiene un sentido pedagógico que lleva a muchos actores antes indiferentes, a estar más dispuestos a movilizarse y expresar su preocupación.

Un segundo aspecto es que, en la prisa por afianzarse, están atacando actores de diversa índole: periodistas, activistas sociales, académicos y analistas -, así como instituciones nacionales e internacionales antes intocables como USAID o la USAC. La conciencia de que el régimen dictatorial avanza indiscriminadamente es una fuente de preocupación que puede ser usada a favor nuestro: la urgencia por conformar un gran frente común es ya un clamor cada vez más creciente. Tarde o temprano, esa alianza anti-impunidad, terminará conformándose, por lo que de ahí puede surgir un parteaguas que favorezca la recuperación del camino perdido.

En el 2015, realicé un análisis del momento que se vivía entonces; dos años después, se publicó en una revista internacional (Espacio Abierto, vol. .27, núm. 1, pp. 51-60, 2018, Universidad del Zulia). El análisis de fondo que realice entonces, sigue siendo vigente al día de hoy, especialmente en la parte conclusiva, que transcribo a continuación, a manera de conclusión: “Lo que está en juego es el mismo diseño de la democracia. (…) La batalla por Guatemala apenas empieza”.

Lo peor que podemos hacer ahora, es perder la esperanza. La amenaza es fuerte y sentida, pero aún estamos a tiempo para detener y revertir el proceso. ¡La esperanza es lo último que debe morir!