Don Domingo era un guía espiritual y un reconocido Ajilonel (herbalista), miembro del Concejo de Guías Espirituales Releb’aal Saq’e con sede en Poptún. Era un hombre respetable entre la comunidad científica. Colaboraba en varios proyectos científicos con la Universidad Del Valle, la Universidad de Zurich y el University College en Londres. El pasado el sábado 6 de junio después de torturarlo por más de 10 horas los vecinos de la comunidad de Chimay, al sur del departamento de Petén, según el informe de la Procuraduría de Derechos Humanos, fue linchado por los mismos integrantes de la comunidad. El cargo: brujería.
El video de su linchamiento fue subido a las redes sociales y es escalofriante. La sola imagen de alguien corriendo en llamas por todo el campo de futbol quedará por siempre sellada en mi mente.
No pretendo descubrir el agua azucarada y quedaré mal si trato de crear un ensayo académico de una situación que conforme pasa el tiempo se torna más complicada, pero quiero entender quién gana de este confuso crimen que ha indignado al país.
El mal termómetro que son las redes sociales señalan distintas causas del crimen: el primero es un crimen racial; el segundo es la intolerancia que los miembros de las religiones cristiano-pentecostales lo acusaban de brujería y al no comprender el papel de los guías espirituales y las medicinas naturales. La tercera, que no curó a una persona que necesitaba atención médica urgente y por ello lo inmolaron.
Entre el miedo que significa informar sobre el hecho, los medios de comunicación especulan la causa del polvorín y las autoridades aún siguen en la fase de investigación. Sin embargo, todo apunta a un crimen de intolerancia a la cosmovisión maya y todo el rosario de problemas que arrastramos desde la colonia, el racismo, la ignorancia y el odio, solo por mencionar algunos.
No me cabe la duda que continuamos a la suerte que nos toque. Un estado racista y apático que se niega a brindar seguridad y justicia pronta a la población. Una intolerancia que se impone luego del lavado de cerebro de una religión que niega todo conocimiento científico en beneficio de la humanidad y que se impone sobre la ignorancia del pobre y miserable.
Desde hace mucho se dice que el Estado de Guatemala es el principal promotor de racismo dentro de sus instituciones con un evidente desprecio hacia la sociedad. Esto viene desde la colonia. El estado nunca ha reconocido la diversidad como una ventaja sino que como un lastre a las élites económicas y políticas. Esto nos lo ha demostrado ampliamente el manejo de la crisis de salud de COVID-19. Hay un total desprecio hacia la gente que está en primera línea luchando por la vida de los contagiados, sin equipo, sin condiciones óptimas en los hospitales, sin que les paguen, falseando datos de contagiados, etc, etc, etc.
Pero ahora parece que esto no se queda en una simple fórmula discriminación social. El salvajismo ya empieza a permear en todo nivel nuevamente, donde el violento y poderoso se impone sobre el desvalido. Cuando es la corrupción el principal motor de un país no importará la raza, la formación educativa, o la élite a la que se pertenezca. La maquinaria perversa y destructiva debe triunfar en un esfuerzo conjunto y los involucrados deben permanecer intocables.
El crimen de Domingo Choc por abominable que sea, es una cortina de humo que pondrá en evidencia la toma del país por parte del poder oculto y perverso que quiere sentarse a sus anchas de una vez por todas con estas reformas constitucionales que se preparan. La exclusión de las organizaciones civiles y del mismo Procurador de Derechos Humanos es el primer síntoma. Ya ni se preocupan en encubrirlo.
El asesinato de Domingo Choc por dolorosa que es no encontrará justicia pronta. Su muerte en el complejo escenario social es comparada a la de un peón en un eterno duelo de ajedrez donde las piezas blancas y las negras juegan a no ganar y entre menos se muevan, mejor. Esto dará espacio a que otras fuerzas tomen control y la impunidad manipule a su antojo los hilos del juego. Ahora sin CICIG se prepara una fiesta horrenda.