La guerra de la información está en marcha para el caso de la elección de Venezuela del 28 de julio pasado, haciendo más difícil el discernimiento político actual.
Las elecciones de Venezuela del 2024 y las elecciones de Guatemala en 2023 parecen estar calcadas a la medida: en ambas, se desarrolló una intensa campaña mediática que hablaba de “fraude”, mucho antes de que se abrieran las mesas electorales, con lo cual se esperaba que ambas jornadas electorales estuvieran cargadas de controversias, tal como posteriormente ocurrió. Lo paradójico de ambos procesos electorales es el hecho de que parece existir un doble estándar para juzgar los procesos político – electorales, dependiendo del lente ideológico desde el que se le vea. Por ejemplo, los partidarios de la izquierda en Guatemala hablaron de elecciones fraudulentas antes del proceso electoral 2023, cuando se sabía que probablemente ganaría algún partido de izquierda, pero luego hablaron de un proceso justo y democrático cuando se supo que el ganador era un partido de centro izquierda como Semilla; por el contrario, la derecha razonó justo lo contrario: hablo de elecciones justas antes del conocerse los resultados de la primera vuelta, pero hablaron de fraude cuando se supo el ganador, que no era de su agrado. El caso de Venezuela parece dividir a izquierda y derecha por igual: los partidarios de la izquierda hablan de un triunfo significativo del gobierno de Nicolas Maduro, mientras que los partidarios de la derecha hablan de fraude. En estas circunstancias, ¿Cómo saber cuál es la verdad?
La diferencia para Guatemala y Venezuela es que el ganador del primero era un candidato sin ningún poder político – institucional, debido a que siempre fue una fuerza minoritaria y excluida del juego político guatemalteco, por lo que la hipótesis de un fraude electoral parece más bien una reacción conservadora de los actores dominantes del sistema político. Venezuela, por el contrario, es justo el caso contrario: el partido gobernante ha tenido un férreo control institucional desde hace más de dos décadas, por lo que la hipótesis de fraude es más plausible, institucionalmente hablando. Los sectores que apoyan el triunfo de Maduro en Venezuela hablan de un gran complot mediático internacional: Atilio Borón, destacado analista argentino, se decantó por la defensa del sistema electoral venezolano, al afirmar un gran complot internacional: “lo que hay no son actas legítimas sino un «golpe blando en desarrollo» patrocinado por Washington y divulgado sincronizadamente por la inmensa mayoría de los medios de comunicación, controlados férreamente por la derecha”.
El argumento de analistas como Boron es que el cerco imperialista ha funcionado perfectamente en otras ocasiones: el mejor ejemplo es la derrota del primer gobierno sandinista en 1990, una dolorosa pérdida que indudablemente transformó la estrategia revolucionaria, al punto de legitimar todas las acciones desarrolladas por Daniel Ortega en Nicaragua desde que volvió al poder en el 2007; bajo esa perspectiva, la lógica es defender la gloriosa gesta de Nicolas Maduro.
En mi caso particular, he estado reacio a opinar por una sencilla razón: no conozco suficientemente el contexto Venezolano para saber distinguir la verdad de la mentira, aunque personalmente tiendo a desconfiar de los sistemas políticos que no tienen un adecuado sistema de pesos y contrapesos, como en el caso de Venezuela o Nicaragua. Por el contrario, conozco perfectamente el caso guatemalteco, debido a que he estudiado el proceso político guatemalteco desde hace más de dos décadas.
La conclusión es que vivimos tiempos complejos, debido al exceso de información. En los grupos de WhatsApp en que participo, recibo “noticias” y videos que supuestamente analizan lo ocurrido en Venezuela, pero al no conocer la fiabilidad o imparcialidad de las fuentes de información, es difícil distinguir la verdad de la mentira, o incluso, las medias verdades, que son aún mas perniciosas. Por eso, hoy más que nunca, los ciudadanos deben desarrollar un agudo sentido de análisis crítico, porque en estos tiempos de noticias falsas, es fácil ser presa de la desinformación y caer en posiciones dogmáticas e intolerantes.