El karma llega tarde o temprano

No hay nada tan placentero como aplastar un mosquito luego que te ha picado, o incluso agarrarlo en el momento. Se saborea esa anticipación a la muerte, esa paciencia y contemplación del insecto cuando decide preparar su picadura y lentamente levantás la mano para dar el manotazo que le interrumpe su almuerzo. O cuando sale uno en chanclas a perseguirlos con la raqueta eléctrica para hacerlos estallar en pleno vuelo. O cuando los sorprendés en plena digestión mientras descansan en una pared, gordos por la victoria. El karma es una ley natural y llega.

Todo, todo, todo se pagará/en esta vida se pagará/todo lo que tú no pagas lo pagarás, dice la canción del grupo nacional Malacates Trébol Shop. Tarde o temprano, la justicia llega y su marcha es inapelable e indiscutible. Esos placeres de la vida se disfrutan más cuando los culpables hacen su marcha lenta y cínica hacia los juzgados, o cuando los trasladan a la prisión o les toman el video en la carceleta de tribunales.

Es gracioso ver cómo se hacen los fuertes ante una situación tan jodida como es perder tu libertad, tu poder. Estás a la merced de alguien que va decidir en qué prisión ubicarte. Nada tan hermoso como ver los videos y somos los testigos de las fechorías que maquinan esos malditos sinvergüenzas para destruir nuestro futuro. Es divino verlos temblar cuando la sentencia cae como un mundo sobre sus hombros, les extinguen sus bienes inmuebles, les quitan su dinero mal habido y los hacen pagar una multa. Nada como ver al testigo protegido cuando declara y se llevan de corbata a todos sus cómplices.

Nada cómo ver a los culpables cuando reciben lo que merecen incluso si es la muerte la que imparte justicia. Todo llega. De pronto, un día, la gente que falleció a causa de sus fechorías son testigos espirituales del mismo destino a que los condenaron. Está en nuestra naturaleza condenar la injusticia pero qué sucede cuando la justicia poética o karma llega. ¿Qué podemos hacer? ¿Sonreír? ¿Bajar nuestra mirada al piso en total decepción? ¿Alegrarnos? ¿Sentir culpa si nos alegramos?

Nada de eso. Usualmente nuestro primer sentimiento es el correcto y si sentimos alegría es porque sabemos que mientras ellos festejaban su “sinvergüenzada” muchos de nuestros amigos, conocidos, o gente de escasos recursos perdían la vida por la corrupción que esta gente alentó.

Esa justicia que clamamos y celebramos cuando al fin, después de mucho tiempo, eran capturados estos malhechores de “cuello blanco”. Ésas capturas eran las que más celebraba porque todo ese mal causado en este presente será una condena en el futuro de mis hijos. La muerte de funcionarios o su captura y posterior condena y encarcelamiento, es necesario para nuestra salud mental.

Extraño tanto a la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala porque temblaban de miedo por ser capturados y humillados públicamente por violar la justicia. Era lindo verlos temblar, lloriquear, alegar como niños de 5 años porque nos los dejaban robar, destruir y asesinar a los inocentes. Es de risa las palabritas que se inventaron, “debido proceso”, “justicia selectiva”, “ataques ideológicos” que en el fondo eran pataletas infantiles.

Son delincuentes y no lo aceptan, y lo que es peor se hacen pasar por héroes y gente honrada. Hoy que la CICIG no está, la muerte de funcionarios que están presos por corrupción es una forma de justicia y no debe causarnos lástima. La enseñanza es inapelable: Todo se pagará. Sonría para usted mismo. Ellos son los culpables.

Exija justicia incluso si la muerte alevosa y burlona evita que se pudran en vida en una cárcel.