COMO LAS CARABELAS DE COLÓN

Luis Felipe Linares López

El 1 de septiembre viajamos a Cobán con un compañero de trabajo para atender una actividad de capacitación con jóvenes de secundaria.  Salimos a la una de la tarde y llegamos a las ocho y 15 de la noche.  Descontando el alto para el almuerzo – deliciosos frijoles con carne en el mítico Mariela de Sanarate – una breve gestión antes de salir de la ciudad y la llenada de combustible, hicimos seis horas en carretera. 

Para los 220 kilómetros hasta el hotel, tenemos un promedio de 36 kilómetros por hora.  Más de un tercio del recorrido es por la flamante autopista Guatemala-El Rancho, pero el puente Motagua, en el kilómetro 85, forma un gigantesco embudo de unos siete kilómetros, que nos tomó alrededor de 40 minutos.  A partir de El Rancho, como saben todos los que viajan a las Verapaces, las curvas y la pendiente, a lo que se agrega la lluvia en esta época, no permiten ir a más de 30 por hora.  Los vehículos de transporte pesado o de marcha lenta nunca se hacen a la orilla, como lo hacen los camioneros mexicanos, para facilitar el paso.   A esto se agregan los 49 túmulos colocados en los 80 kilómetros que hay entre la cumbre de Santa Elena y la entrada a Cobán. Cifra que, en promedio, casi iguala el récord de 75 que ostenta el tramo de 35 kilómetros entre Los Encuentros y Santa Cruz del Quiché. ¿Y la llamada Ley contra túmulos, Decreto 8-2014, “Ley para la circulación por carreteras libre de cualquier tipo de obstáculos”?    

Estos exagerados tiempos de viaje son la regla y no la excepción. A inicios de año un amigo necesitó 13 horas para los 221 kilómetros entre Guatemala y Coatepeque, para un promedio de 17 por hora.  El viernes 2 una familiar los 102 kilómetros entre Puerto de San José y la capital le tomaron cuatro horas, con un promedio de 25.5 km por hora, en otra flamante autopista.  

Hace algunos años, en un evento de SIECA, un expositor dijo que el desplazamiento de las carabelas de Colón (8 nudos o 15 km por hora) era mayor que el promedio de velocidad del transporte pesado en Centroamérica.

Situación que se complica con los constantes derrumbes en tiempo de lluvia.  El derrumbe del kilómetro 25.5 en la carretera Interamericana, en julio pasado, y en el kilómetro 22 el 3  de septiembre, son dos entre decenas o cientos, que convierte la circulación de carreteras en un juego de azar. Días antes del primer derrumbe noté el peligro que, en ese tramo, constituyen muchos árboles que están casi horizontales sobre la carretera.  Entre los kilómetros 48 y 50 de la carretera del Atlántico, donde un derrumbe bloqueó largo tiempo un carril de descenso, noté en el viaje a Cobán varios puntos de piedras y tierra suelta en la ladera y grandes piedras con la base erosionada, a punto de desprenderse.  Es indudable que no hay un adecuado y constante monitoreo de las carreteras, que permita prevenir esos percances. Qué falta hace la Dirección General de Caminos, pues COVIAL es incapaz de realizar una eficaz vigilancia y dar una respuesta rápida.

Además del peligro constante de pérdida de vidas y de daños materiales, la situación de la red vial provoca enormes problemas a la población.  Millones de horas persona se consumen de manera absurda. El tiempo perdido afecta la llegada al trabajo, provocando enorme estrés, y la vida familiar. A las mujeres les acorta el tiempo para las labores de cuidado, que atienden a costa de menos descanso y más sacrificio.

A las actividades económicas les eleva los costos. Es un obstáculo cada vez mayor para la inversión productiva y la creación de empleos.   De manera que los efectos sociales y económicos de la desastrosa red vial y de la ausencia de servicios de transporte dignos y seguros, son inmensos.  Y parece que a ninguna autoridad le importa que vayamos más despacio que las carabelas colombinas.